En estas -a partir de ahora- narraciones corales
decido ser el primero. "Suerte, vista, y al toro”.
Es el encuentro del cinco de marzo. Toca comer y pegar
la hebra. Seguimos con la "ceguera" del invierno y ha llovido poco,
pero la mañana es de sol con algunas nubes altas.
A las once estoy debajo de la casa de Gabriel. Gabriel
me da esquinazo y me cita en Plaza Nueva. Ya lo veo. He aquí la viva estampa de
un fraile sin hábitos. Me comenta una oferta
bancaria que le parece extrañamente bondadosa. "Nadie da duros a
cuatro pesetas", me dice. "Y
menos los bancos, Gabriel, y menos los bancos". Nos acercamos al Círculo,
sorteando calles para evitar la Avenida. Por un momento .... No, no era
posible. La puerta también es de un rojo furioso y me confunde. La vespa roja, con el escudo
de la Rioja, ya está por siempre huérfana de dueño. No la veré más.
Cuando llegamos, dentro, al fondo, está José Antonio.
Saludos mensuales. José Antonio lleva ya un tiempo y ya está la rechoncha olla
cociendo la olla. Por metonimia "olla" puede designar tanto el
continente como el contenido. Emiliano, por aquello del invierno y porque la
tomamos muy de vez en cuando, la propuso como ejemplo de comida consistente,
auténtica comida de cuchara.
Siglos atrás, cuando la vida era dura y el hambre se
avistaba a tiro de piedra, la olla era la reina de la cocina. Se comía a todas horas y en las cuatro
estaciones. Se distinguía entre olla y olla podrida. La olla normal sólo
llevaba un tipo de carne -normalmente de baja calidad- y la olla podrida se
diferenciaba de su compañera en que ésta podría llevar hasta tres y cuatro
carnes distintas. Ambas, por supuesto, con sus añadidos de verduras, tocino y
garbanzos.
¿Por qué "podrida"?
"Pudose decir podrida en quanto se cueze muy despacio, que casi lo
que tiene dentro viene a deshazerse, y por esta razon se pudo decir podrida,
como la fruta que se madura demasiado "
(Diccionario Cobarrubias. 1611 ).
El primer silbido de la marmita con los primeros
comentarios. Nos ponemos manos a la obra
con los entrantes. Propuse a José
Antonio hace unos días, como entrantes, pimientos del piquillo con cebolleta y
langostinos y también unas anchoas en
pan con tomate. Gabriel pela los langostinos y yo pico la cebolla. José Antonio
quitando las primeras impurezas a la olla (espumar decía mi madre). Van
llegando los amigos. Antonio y Luis los
primeros. La charla se vuelve más animada. Las primeras cervezas y los vermuts.
La una y media y ya está casi todo preparado. La olla
sigue silbando. Aparece Emiliano. Llega
con Miguelito que hasta ahora mismo –por su trabajo– ni él mismo sabía si asistiría.
Hoy estamos todos. Pleno al quince. En un instante de
silencio súbito e involuntario, alguien se acuerda del amigo definitivamente
ausente. Se levantan las copas y brindamos por su recuerdo.
Miguel cuenta un chascarrillo. Nos hace reir. ¡Qué
gracia tiene el granaino!. Aunque –ahora que caigo- Miguel nació en Gador (Almeria). ¡¡Ya me extrañaba a mí !!.
Las dos y pico y ya hay apetito.
Los pimientos y las anchoas duran poco. Han salido
ricos y además es la “hora del cabrero”. Alberto los prueba de milagro. Llega
el último.
A la mesa -camilla, madre y protectora, donde nos
espera el cocido y su parto la pringá.
Aquí es donde se miden los hombres ! ¡Cómo huele este potage, Dios mío!. Blanco,
espeso, y los garbanzos enteros pero tiernos.
José Antonio ya ha apartado las carnes y el tocino. ¡Que hermosa
pringá!. Se come y se charla. De cuando
en cuando un silencio comunal. Hay momentos en que la charla y la cuchara son
incompatibles. Yo repito y creo que los demás también. Menos Miguelito al que tengo a mi izquierda y
lo miro de reojo. Siempre fue de poco comer por cosas de su estómago y de la
puñetera bilis, según me contó alguna vez. Luego la pringá. Algunos se vencen.
El vino se acompasa bien con las carnes
y el resbaladizo tocino.
Enrique propone que el grupo haga una escapada fuera
en alguna de nuestras reuniones mensuales.
Bilbao (o Bilbo amigo Alberto) es su apuesta. Alguien suelta Las
Alpujarras. Mucho me temo que ahí quedarán estas propuestas -al igual que
otras- como telarañas en el techo de los buenos deseos. Nunca el grupo tuvo el
don de organizar algún viaje de placer.
Emiliano saca al ruedo de la controversia la ley de
memoria histórica y la denigrante situación de las fosas comunes. Se anima la
chara. Antonio, siempre con rabia en las venas, habla del carlismo y de los
curas trabucaires, y no recuerdo a
cuento de qué.
Estamos ya en los postres, y esta vez nos vienen por
partida doble. De luis el trotamundos, y del vasco Alberto. La plática va apagándose como se apaga la tarde
invernal. Café y unos chupitos y “Consumatum
est”.
Son las 6,15 de la tarde. Los amigos se despiden a las
puertas del Círculo y se citan para la próxima comida.
Será en abril, cuando ya asome la primavera, y en
Algámitas las yemas de mis chopos se
estén, pausadamente, cambiando en hojas.
... Si somos
vivos.