domingo, 12 de junio de 2011

El paso del tiempo

El paso del tiempo. Es lo primero que me ha venido a la cabeza en cuanto en visto las fotos que he descargado, a propósito del orden mínimo que requiere un nuevo viaje. No solo hay que preparar la maleta. Hay que revisar el contenido del portátil, vaciar la cámara de fotos, comprobar los complementos informáticos que nos acompañan en la mochila…. Algo parecido a lo que siempre llevaba mi padre, pero en el contexto digital. Mio padre, además de la cartera y el monedero. (Un hombre siempre tiene que llevar consigo el dinero necesario). Ojo. Necesario para un imprevisto, una incidencia o para no hacer  el ridículo en caso de una inesperada o espontánea  convidada. Mi padre. Cuanto más tiempo pasa, mejor lo recuerdo, además del monedero y la cartera con los billetes precisos para salir airoso de cualquier situación no previsible, llevaba en el bolsillo de la camisa una libretilla con los bordes retorcidos y amarrada con un elástico. Dentro de la libreta que por supuesto ya estaba apurada en todas sus hojas, habitaban cantidad de albaranes caducados, tarjetillas de encofradores o electricistas o simplemente trozos de papel, todos rellenos de apuntes en varios colores, con predominio del lápiz gordo propio de albañiles iniciados y encargados de obra.

Recuerdo a mi padre en algún momento del fin de semana, relajado. Para él, iniciar la actividad de abrir la libretilla y poner en orden su contenido, exigía una dosis  importante de paciencia, silencio y tranquilidad, dedicado a la ardua y satisfactoria tarea de desechar notas, tachar con bolígrafo de otro color lo caducado e introducir nuevos apuntes. Recuerdo perfectamente el acto de volver a colocar el elástico a la libretilla como el acto inaugural del resto del fin de semana, en el que el ocio empezaba a apoderarse de la situación. Bueno, llamarle ocio a lo que mi padre hacía después, no deja de ser un sarcasmo, pero eso es otra cuestión, que hoy no procede.
Decía yo, que ayer hice el acto equivalente al de mi padre, con motivo de mi viaje de hoy a Chile. Por cierto esto lo estoy escribiendo en un lugar inesperadamente relajado en este monstruoso aeropuerto de Barajas. Se pueden encontrar también sitios relajados fuera de las iglesias y las bibliotecas, yo creo que depende fundamentalmente de la necesidad de relajación del sujeto. En este inhumano aeropuerto he  encontrado una esquina aceptable para este fin, mirando al horizonte y de espaldas a todo, intencionadamente, de espaldas a todo.

Salí, hoy sábado de mi casa de  Granada a las cuatro de la tarde y hete aquí que son las nueve de la noche y me quedan todavía tres horas para salir para Santiago de Chile. A propósito, un poco mosca, porque no he podido conseguir un asiento de pasillo. Me matan los viajes largos ubicado en medio de la fila central. Y todo porque en Granada, donde embarcaba con tiempo para conseguir con toda seguridad el asiento adecuado, no fue posible tramitar la tarjeta de embarque desde Madrid a Santiago de Chile. ”Cuanto convenientes”, como decía mi abuela, ocurren en los aeropuertos. Es raro el vuelo que no tenga su “conveniente”. En este caso, me argumenta el diligente y educado operario, tan educado como acérrimo, incluso “forofo” seguidor del protocolo establecido, que mi billete a Madrid constaba a nombre de Rodríguez/Emiliano y que el de Madrid a Santiago constaba a nombre de Emiliano/Rodríguez. O sea que no estaban perfectamente encasillados el nombre y el apellido, en uno de los billetes. Esto impedía que el “programa”  “encadenara” ambos billetes. Cadenas te ponía yo a ti, pensaba yo, en ese momento. Esto no ha sido óbice para que viaje de Granada a Madrid como un sujeto que se llama Rodríguez y se apellida Emiliano y menos aun, obviamente, para que me expidan aquí en Barajas una tarjeta de embarque para Santiago de Chile a nombre del  “sujeto que suscribe” de nombre Emiliano y de apellido Rodríguez, como se me conoce y como “rezo en los papeles”.

Desde Málaga, acaba de llegar Salvador Rodríguez, que me acompaña a Santiago y tengo que abreviar. Por ello, todo este preámbulo, se acaba de convertir, por mi declaración expresa y urgente de este momento, en el fundamento de este atropellado artículo.

Intento abreviar: Todo esto viene a cuento, porque ayer al descargar las fotos de la cámara, al igual que mi padre “reordenaba” la libretilla, he comprobado que el tiempo pasa demasiado rápido, que no dedico tiempo suficiente, más bien ninguno, a los recuerdos, que me lo ha recordado el artículo, supongo que de Pedro, ó quizás de Antonio que hace referencia a Josep Pla. Estupenda la referencia al párrafo de Pla y estupendas tus notas y por supuesto gracias el elogio de nuestro trabajo en Planho.

En fin las fotos son la expresión del paso del tiempo en todas sus facetas. Cuanto tiempo ha pasado desde  que aquellos rudimentarios humanos, construyeron los dólmenes, como el de la fotografía? Cuanto tiempo desde que Jose Miguel y yo excursionamos por  por los campos por los que camparon los que construyeron los dólmenes? Cuanto tiempo ha pasado desde que un albañil contruyó con oficio y maestría la casa de la solo queda una pared de verticalidad perfecta de piedra mineral?. Cuanto tiempo ha sido preciso para acumular las capas de cal y pintura que dan esa textura y colores a los zócalos de las calles de Berrocal? Tiempo, tiempo  que parece detenerse segun los rostros de Macua, Gabriel y José Miguel. Desprecio ó quizás indiferencia por  paso del teimpo que parece desprenderse de los rostros de Juan, Pedro y Miguel. Mis amigos del alma.

Al final, cuando estaba a punto de incluir la entrada de todo esto en el Blogger, me cachis, la batería del portátil se agota y el cargador facturado en la maleta. O sea que estoy incluyendo estos párrafos relajadamente iniciados y atropelladamente terminados, en el vestíbulo del Hotel Plaza San Francisco de Santiago de Chile, como 18 horas más tarde. El paso del tiempo. A veces el paso del tiempo no tiene piedad, nos devora.

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