viernes, 13 de enero de 2012

Camino, fotografía, flamenco


El año 2011, a pesar de tantas incertidumbres, de tan malos presagios, en lo personal, no ha sido un año malo. Como decía mi padre, " no nos podemos quejar", claro que mi padre lo repetía cada vez que le preguntaban, al margen de las circunstancias reales y concretas, con una mezcla de cortesía burocrática y actitud resignada ante la posibilidad siempre amenazante de que la cosa podía empeorar. En lo profesional ha sido un año interesante, “tal como está el patio”, mejor de lo que
 cabría esperar. Los que me conocen saben que este es un aspecto importante para medir mi estado de ánimo, que me cuesta mucho discernir entre lo estrictamente personal y lo estrictamente profesional.

La familia, la parienta, los amigos, las amistades, que no es lo mismo; los socios, colegas, compinches, compañeros y camaradas, razonablemente bien. Digo razonablemente bien, porque no tengo constancia de ninguna desgracia, de ninguna angustia no superable ó superada, a pesar de tantas circunstancias y "vicisitudes" que pueden ocurrir, que ocurren en un año. "Cuantas vicisitudes tiene la vida" repetía cansinamente mi abuela ante cualquier circunstancia no deseada, a lo que mi abuelo siempre repetía, "que repetía es esta mujer". Mi abuela sin darse cuenta había devaluado el término de tal manera que lo usaba igual para comentar que a fulano desgraciadamente le habían tenido que cortar una pierna como para quejarse porque se había quemado el puchero.

Demasiado preámbulo, demasiada introducción para comentar dos circunstancias interesantes que me ha ocurrido en el año que acaba de concluir, que acabamos de finiquitar con tantas ganas de "manera natural", pero que hubiéramos deseado que acabara seis meses antes. Me viene a la memoria ahora, aquel artículo que Pedro aun se encarga de recordarme, del magistral y pedante a partes iguales, Francisco Umbral, cuando refiriéndose al "deseado fenecimiento" de Franco, comentó aquello de que lo habíamos matado de muerte natural.

Dos circunstancias, dos aficiones reencontradas, como todas las aficiones auténticas, tan intrascendentes como interesantes, innecesarias como gratificantes. Aficiones en letargo durante más de dos décadas, con escasos sobresaltos de remordimiento, en este largo periodo, y débiles y poco convincentes intentos de recuperación.  En 2011 he empezado a reencontrarme con el flamenco, con el que tanto disfruté, con el que tanto viví. En el 2011, me he reencontrado con la fotografía, con la que tanto jugué, con la que tanto sentí.

En mi reencuentro con el flamenco le debo bastante a la circunstancia, a la vicisitud, "la vida está llena de vicisitudes", decía mi abuela, de donde acabė viviendo, la calle por arriba de la calle Arriba de Gelves  y vecino de José Miguel Vega, maestro guitarrero y Miguel Aragón, guitarrista flamenco, artífices de la refundación de la Peña Flamenca Alto de la Fuente de Gelves a la que "tengo el honor" de pertenecer y a la que he tenido oportunidad de aportar alguna que otra ocurrencia.

Pero sobre la Peña flamenca y el flamenco, sobre la necesidad de encontrar la armonía, la coherencia, entre la línea pura y lo popular, entre la tradición y la innovación, entre lo local y “lo universal”, hablaremos otro día. La cosa da para más de un debate. Porque todo este largo preámbulo, este conjunto de circunloquios, con las que disfruto escribiendo, venían justificados por el otro gran reencuentro del 2012. Este gran reencuentro, "la madre de todos los encuentros" parafraseando la estúpida e hiperbólica frase ya conocida, es la fotografía. Sucedió en Junio, con motivo de un inesperado viaje a Lisboa, para un trofeo de jóvenes promesas del futbol, la “Lisboa Cup”,  en la que competía el equipo de cadetes del  Sevilla, en el que juega mi hijo Emiliano. Consideré que era una excusa más que razonable para recuperar la vieja afición. También es verdad que me faltaba solo la circunstancia justificara la cosa, porque Alejandro González, “Alejandro 3d”, como cariñosa y audazmente lo apodaron sus compañeros del estudio, ya me había metido el gusanillo en el cuerpo. Alejandro es un gran fotógrafo, basta con ver su sus fotos de nuestras obras de Planho. Tiene “hechuras” de fotógrafo profesional, de los que domina no solo el “la foto” sino la técnica y el conocimiento. De los que disfruta no solo con  el plano, el color, la profundidad, la luz, el motivo, el detalle, sino que disfruta con la herramienta, con  la máquina en si, con sus instrumentos, sus complementos, tan atractivos y delicados para él, tan aparatosos y complicados para mí. Ahí está la diferencia, la diferencia insalvable.

Por eso, nunca seré un gran fotógrafo, pero  siempre amaré la fotografía. Erraré, buscando la fotografía perfecta, la que nunca se logra,  pero que tanto motiva, que tanta tensión, que emoción provoca, la que te puede hacer percibir más de un plano a la vez, aunque parezca imposible. De hecho es imposible. Entiendo la fotografía más como un motivo de análisis de la realidad inmediata, del entorno, del paisaje, de la arquitectura, de la gente, de las cosas, que como el reflejo o la copia de todo aquello.
Y empiezo a terminar, por aquello que me motivó la necesidad de escribir este articulo. Los días 1 y 2 Enero, me levanté relativamente temprano, relativamente tratándose de días tan especiales. A las 9 de la mañana de esos días a nadie me encontré por las calles de Baza, mientras caminaba en búsqueda de mi coche. A nadie me encontré por las calles de Caniles, el primer día, ni de Rejano, el día segundo, pueblo y poblado, respectivamente, a donde se dirigió mi coche, más por eventualidad placentera que por intencionalidad calculada. Hay que decir, también es cierto, que no debe de ser difícil atravesar las calles de Rejano y no encontrar a nadie, a cualquier hora del día y cualquier día del año. Es de esos pueblos o aldeas, que como les pasa también a mi pueblo de origen, como le pasa a muchos pueblos del interior, han quedado con más casas que familias, con más cuadras que borricos, con demasiada iglesia para tan pocos feligreses, con demasiada fuente para pocos cántaros que llenar.
Percibir la compañía inestimable de la cámara amiga, compañera de viaje, caminar por las calles del pueblo, oyendo solo el sonido de tus pasos, hasta alcanzar las últimas tapias de los últimos corrales, de los últimos apriscos, los que ya han  sucumbido a las inclemencias y  se confunden con la naturaleza, con la armonía que solo el paso del tiempo consigue.  Sentir, oler, percibir la naturaleza áspera y limpia de este invierno seco, de estas tierras tan áridas, tan agrestes como los montes del Kurdistán, las llanuras de Mongolia o los parajes insólitos que solo habitan los talibanes más extremos. Tener la sensación turbadora  de que te persigue la naturaleza,  de que te acecha algo al borde del camino, sentir la excitación de la primera foto a no se sabe qué, sentir la confusión que produce la soledad a tan solo quince minutos del orden establecido, de la cosa urbanizada. Perder de vista las últimas tapias de los últimos corrales, y ver al “revolver” del camino, las impolutas y blancas tapias del cementerio, sobrio como el paisaje, limpio como el cielo de esta mañana emocionante. La mañana que me ha obligado a escribir este artículo, a registrar estas emociones contenidas e inmensas.

Termino de escribir, otra vez en el taller de mi amigo guitarrero, José Miguel, sin partes de guitarra entre las manos y afanado en la confección de un ingenioso armario, futura cabina para barnizar guitarras. Esta tarde del 12 de Enero quiero concluir este relato, temo que si no lo hago el paso del tiempo acabe con mi promesa. Y no quiero terminar, sin manifestar la mayor de las sensaciones del caminante y su máquina de fotografía. La que sentí al divisar las cortijadas confundidas con el paisaje, más allá de los montes que están más allá de Rejano, al comienzo del valle, donde empieza a encajonarse y el arroyo se convierte en barranco. La incertidumbre, el desconcierto que provoca en el fotógrafo, el humilde caserío en ruinas. No saber elegir un plano entre tanto muro desplomado, tanta tapia vencida o tanto tejado desvencijado. Veo de nuevo las fotos y me embarga la emoción. La arquitectura muerta que debió contener tanta vida, tantos afanes. La sensación de invadir el terreno sagrado de antiguos moradores, a los que quiero imaginar  humildes y honrados, honestos y resignados, tan lejanos de Rejano, tan lejanos de todo. Que “Dios los tenga en su gloria”, como decía mi abuela. Como dije yo cuando me alejaba del caserío con la angustia y la desazón que produce la injusticia inexorable, la injusticia de los tiempos.





1 comentario:

  1. El amigo Emiliano cabalga de nuevo.Como nuestro hidalgo.Es su segunda salida.Ya conoce este batallar.Sin escudero alguno y con sólo su mñaquina fotográfica.Por las barbas del profeta juro que no será flor de un día este su nuevo menester.El caballero es arrogante,tozudo y un poco terco.No rehuye batallas ni se arredra ante peligros.¿Os acordais de los sonetos que parió en tan pocos días?.No lo dudeis, será prolífico.
    Acabo de ver sus 55 fotogrfias hechas en horas veinticuatro.Me han gustado.Vuelve a lo que solía.Siempre gustó Emiliano de captar el paisaje,a la manera de los hombres del 98:Con ternura ... y con dolor.
    Algunas que más me han emocionado o sorprendido:

    -¡Qué solitaria está esa encina entre las peñas! (fot. 6)
    - Es bello ese desnudo taraje (fot. 10)
    - El color áspero de la tierra (fot. 25)
    - la vida que aún queda: la sillita y el almendro de parásito de la pared. (fot. 29)
    -El dificil repecho que conduce a la casa.El cielo tan azul. (fot. 41)
    -Esas pocas casas blancas en la vaguada.La loma gris que las cobija. ¿Al fondo un trozo de mar azul? (fot. 55)
    Saludos.

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