jueves, 28 de febrero de 2013

Joselito "El Gallo" mirando hacia la Peña Bética "Rogelio" de Gelves

Anoche, me sugirió mi amigo Miguel Aragón ir a ver el partido de vuelta de las semifinales de la Copa del Rey entre el  Barca y el  Madrid a la Peña Bética “Rogelio” de Gelves. Para quién no lo sepa, Rogelio fue aquel extremo izquierdo del Betis, natural del pueblo vecino de Coria del Rio, de inmejorable  clase y mejorable pundonor, al que su entrenador ante la indolente pérdida de un balón, le dijo, “Rogelio; corre” y Rogelio contestó aquello de “correr es de cobardes”.


Había visitado otras veces la Peña Bética, para tomar alguna que otra cervecita, al solecito, en la plaza Joselito “El Gallo”, junto a la estatua del insigne torero de Gelves. Incluso alguna vez había visitado el bar de la Peña, donde el ruido de la tele, se entremezcla con vehementes conversaciones futbolísticas, chistes de sevillistas malajes y “recuerdos cariñosos” a políticos locales,  autonómicos y nacionales de cualquier pelaje y “supuesta ó impuesta ideología”



Nunca había pasado el umbral del “sacrosanto” espacio reservado a los socios, donde la acolarada conversación se transforma en tertulia y donde ocupa un lugar privilegiado la gran pantalla para ver el futbol sin complejos, ante la mirada vigilante de históricos  jugadores béticos, cuyas fotos cuelgan de las paredes; Esnaola, Anzarda, Megido, Cardeñosa, Alfonso ó Gordillo. Anoche sentí inevitablemente la necesidad de hacerme socio de la peña, de esta ya mi casa. Prontamente aparecieron socios voluntarios a apadrinar “mi colegiatura”, que ya es real, aunque formalmente hay que esperar a que mi solicitud colgada en el tablón de anuncios no sea objetada por ningún socio. Ante mi pregunta por esta circunstancia, se me ha aclarado que la Peña admite a personas de cualquier procedencia, ideología, sexo ó religión, pero no a los que tengan o sean sospechosos de tener  “antecedentes sevillistas”. Me he quedado tranquilo, porque una cosa es ser antisevillista, que no me ocurre a mí y otra cosa es ser sevillista que tampoco me ocurre a mí. Por tanto parece que la amonestación del tablón de anuncios será en breve una prueba superada.


Soy bético desde que llegué a estudiar a Sevilla allá por el año 76. Béticos son en general todos los sujetos que arriban  a Sevilla por estudios, trabajo ó cualquier circunstancia ó casualidad de la vida. Sevilla es la ciudad ideal para casualidades o contingencias de la vida, o dicho mejor, “ante cualquier contingencia, ante eventualidad cualquiera, mejor que te coja en Sevilla, y no en Londres, Filadelfia o Sebastopol”, pongamos por ejemplo.

Decía que los que arriban a Sevilla, se hacen béticos, no sabría bien explicar porqué extraña circunstancia sociológica ó porqué extraño temor a no ser bien recibido entre las “familias sevillistas”, a las que el extraño y circunspecto “inmigrado” observa, quizás equivocadamente, como portadoras de “atávicos valores”, como “figurantes” de ritos decadentes. De manera natural el arribado se alía con los individuos, digamos,  menos estereotipados, más espontáneos, más francos, menos adictos al protocolo ó al ceremonial. Conozco solo dos casos de “arribados” a Sevilla que sean sevillistas, mi amigo Pedro y mi socio Enrique, pero se trata de “sevillistas consortes”, eso lo explica todo y los amigos lo admitimos con una contingencia sevillana.

Franqueza, espontaneidad y camaradería es lo que percibí anoche, con solo entrar en el santo-sanctórum de la Peña Bética “Rogelio” de Gelves, las mismas cualidades por las que seguramente me hice bético allá por el año 76. Mi amigo Miguel Aragón, el guitarrista sereno, me dijo que después de la Peña flamenca y de la Peña bética, ya solo me falta hacerme hermano de la Hermandad del Rocío. Le he contestado que por ahora tengo bastante con “mis afiliaciones” y que mis vínculos con Gelves ya son  bastante fuertes, empiezan a ser indestructibles.

Emiliano Rodriguez
Gelves,  27 de Febrero de 2013.

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