jueves, 1 de marzo de 2012

El extracto literario de Pedro. Rebelion y castigo de los moriscos de Granada (Luís de Marmol Carvajal)

Pedro preside este artículo, porque se lo merece. Este "largo extracto literario" corresponde al póster que llena gran parte de la pared del vestíbulo de la planta cuarta del Hospital Campus de Granada. Se nos ocurrió la idea del póster, en principio como una necesidad compositiva, dada la generosa dimension y rica configuración espacial de los vestíbulos de planta. Van a ser espacios muy recorridos por visitantes, paseados por enfermos y deambulados por diferentes “habitantes hospitalarios”. Ya hicimos algo parecido en nuestro proyecto del Hospital de Tomelloso, en donde “extrajimos” unos entretenidos párrafos de “Plinio”, el detective manchego del tomellosino García Pavón. El objeto en ambo casos, aparte, de la cosa compositiva, es introducir valor, en este caso relacionado con el entretenimiento, terapia para las largas y tediosas horas del hospital. Pedro ha tendido la santa paciencia de encontrar un libro
de algún viajero por Granada, para cada siglo, para cada planta del hospital, desde el siglo XIII, al XIX. Encomiable labor, que yo como arquitecto del edificio quiero agradecerle de forma expresa. Pedro, ha leído los libros y ha efectuado la selección que como podemos comprobar constituye un “extracto considerable”. Gracias Pedro. Transcribo a continuación lo que consta en el póster de la planta cuarta en donde nos hicimos la fotografía que consta en otro artículo de este blog. Homenaje a Pedro, empedernido lector, empedernido amigo. 

CAPITULO VIII
Cómo se pregonaron los capítulos de la nueva premática, y del sentimiento que hicieron los moriscos.

Habiéndose acabado de imprimir la nueva premática, el presidente don Pedro de Deza, con parecer del acuerdo, mandó que se pregonase en la ciudad de Granada y en las otras de aquel reino, el 1° día del mes de enero del año del Señor 1567. Este día.se juntaron los alcaldes del crimen de la real Chancillería, y el Corregidor con todas las justicias de la ciudad, y con gran solenidad de atabales, trompetas, sacabuches, ministriles y dulzainas la pregonaron en las plazas y lugares públicos de la ciudad y de su Albaicín. Luego incontinente se mandó que las justicias hiciesen derribar todos los baños artificiales, y se derribaron, comenzando primero por los de su majestad, porque los dueños de los otros no se agraviasen. ¿Qué diremos del sentimiento que los moriscos hicieron cuando oyeron pregonar los capítulos en la plaza de Bib el'Bonut, sino que con saberlo ya, fué tanta su turbación, que ningu na persona de buen juicio dejara de entender sus dañadas voluntades? Tanta era la ira que manifestaban, provocándose los unos a los otros con cierta, demostración de amenazas. Decían que su majestad había sido mal aconsejado; y que la premática había de ser causa, de la destrucción del reino; y queriendo descubrir con mansedumbre sus fuerzas, antes de tomar las armas con rústica fiereza, comenzaron a hacer juntas en público y en secreto, dando por una parte materia de ha blar a los mozos con ejemplo de los mas viejos, que no les era menor aquel yugo que la propia muerte; y por otra parte acordaron que los principales resistiesen la furia de aquel efeto, que ellos llamaban malaventura, con fingida humildad, aprovechándose de la moral prudencia para pedir suspensión; y para ello nombra ron personas que informasen a su majestad y a los de su consejo.

CAPITULO IX.
Cómo los moriscos contradijeron los capítulos de la nueva premática, v un razonamiento que Francisco Nuñez Muley hizo al Presidente sobre ello.
Los moriscos de las ciudades, sierras y marinas y Alpujarra enviaron luego como se pregonó la premática, a la ciudad de Granada a entender los ánimos de los del Albaicín, y ver cómo lo habían tomado. Y ha­llándose todos conformes en una mesma voluntad, acor­daron que se contradijesen por reino, y para ello acu­dieron a Jorge de Baeza, su procurador general, y le pidieron que en nombre de la nación pidiese suspen sión, como se había hecho otras veces. Y antes de ha cer camino a la corte de su majestad, acordaron de hablar al presidente don Pedro de Deza, y informarle de palabra y por escrito, para ver si podrían ablandarle. A esto fue un morisco caballero llamado Francisco Nuñez Muley, que por edad y experiencia tenia mucha prática de aquel negocio, y lo había tratado otras veces en tiempo de los reyes pasados, el cual puesto delante del Presidente, con la voz baja y humilde le dijo desta manera:
«Cuando los naturales deste reino se convirtieron a la fe de Jesucristo, ninguna condición hubo que les obli gase a dejar el habito ni la lengua, ni las otras costum bres que tenian de regocijarse con, sus fiestas, zambras y recreaciones; y para decir verdad, la conversión fué por fuerza, contra lo capitulado por los señores Reyes Católicos cuando el rey Abdilehi les entregó ésta ciu dad; y mientras sus altezas vivieron, no hallo yo, con todos mis años, que se tratase de quitárselo. Después, reinando la reina doña Juana, su hija, pareciendo con venir (no sé por cierto a quién), se mandó que dejásemos el traje morisco; y por algunos inconvinientes que se representaron, se suspendió, y lo mesmo viniendo a reinar el cristianísimo emperador don Carlos. Sucedió después que un hombre bajo de los de nuestra nación, confiado en el favor del licenciado Polanco, oidor desta real audiencia, a quien servia, se atrevió a hacer capítulos contra los clérigos y beneficiados, y sin tomar consejo con los hombres principales, que sabían lo que convenia disimular semejantes cosas, los firmó de algunos amigos suyos y los dió a su majestad. A esto acudió luego por los clérigos el licenciado Pardo, abad de San Salvador del Albaicín, y á vueltas de su descargo, informó con autoridad del prelado qué los nuevamente convertidos eran moros, y que vivían como moros, y que convenía dar orden en que dejasen las costumbres antiguas, que los impedían poder ser cristianos, El Emperador, como cristianísimo príncipe, mandó ir visitadores por todo este reino, que supiesen cómo vivian los naturales dél. Hízose la visita por los mesmos clérigos, y ellos fueron los que depusieron contra ellos, corno personas que sabían bien la neguilla que había quedado en nuestro trigo; cosa que en tan breve tiempo era im posible estar limpio. De aquí resultó la congregación de la capilla real: proveyéronse muchas cosas contra nuestros previlegios, aunque también acudimos á ellas, y se suspendieron. Dende á ciertos años, don Gaspar de Avalos, siendo arzobispo de Granada, de hecho quiso quitarnos el hábito, comenzando por los de las alcarías, y trayendo aquí algunos de Güéjar sobre ello. El presi dente que estaba en el lugar que está agora vuestra señoria, y los oidores desta audiencia, y el marqués de Mondéjar y el Corregidor se lo contradijeron, y paró por las mesmas razones; y desde el año de 1540 se ha sobreseido el negocio, hasta que agora los mesmos clérigos han vuelto a resucitarlo, para molestarnos por tantas vías a un tiempo. Quien mirare las nuevas premáticas por defuera, pareceránle cosa fácil de cumplir; mas las dificultades que traen consigo son muy gran des, las cuales diré a vuestra señoría por extenso; para que compadeciéndose deste miserable pueblo, se apiade del con amor y caridad, y le favorezca con su majestad, como lo han hecho siempre los presidentes pasados. Nuestro hábito cuanto á las mujeres no es de moros; es traje de provincia como en Castilla y en otras partes se usa diferenciarse las gentes en tocados, en sayas y en calzados. El vestido de los moros y turcos, ¿quién negará sino que es muy diferente del que ellos traen? Y aun entre ellos mesmos diferencian; porque el de Fez; no es como el de Tremecen, ni el de Túnez como el de Marruecos, y lo mesmo es en Turquía y en los otros reinos. Si la seta de Mahoma tuviera traje proprio, en todas partes había de ser uno; pero el hábito no hace al monje. Vemos venir los cristianos, clérigos y legos de Suria y de Egipto vestidos á la turquesca, con tocas y cafetanes hasta en pies; hablan arábigo y turquesco, no saben latín ni romance, y con todo eso son cristia nos. Acuérdome, y habrá muchos de mi tiempo que se acordarán, que en este reino se ha mudado el hábito di ferente de lo que solia ser, buscando las gentes traje limpio, corto, liviano y de poca costa, tiñendo el lienzo y vistiéndose dello. Hay mujer que con un ducado anda vestida, y guardan las ropas de las bodas y placeres para los tales dias, heredándolas en tres y cuatro herencias. Siendo pues esto ansí, ¿qué provecho puede venir a na die de quitarnos nuestro hábito, que, bien considera do, tenemos comprado por mucho número de ducados con que hemos servido en las necesidades de los reyes pasados? ¿Por qué nos quieren hacer perder mas de tres millones de oro que tenemos empleado en él, y destruir a los mercaderes, a los tratantes, a los plateros y a otros oficiales que viven y se sustentan con hacer ves tidos, calzado y joyas á la morisca? Si docientas mil mujeres que hay en este reino, ó mas, se han de vestir de nuevo de piés á cabeza, ¿qué dinero les bastará? ¿Qué pérdida será la de los vestidos y joyas moriscas que han de deshacer y echar á perder? Porque son ropas cortas, hechas de girones y pedazos, que no pueden aprove char sino para lo que son, y para eso son rieas y de mucha estima; ni aun los tocados podrán aprovechar, ni el calzado. Veamos la pobre mujer que no tiene con que comprar saya, manto, sombrero y chapines, y se pasa con unos zaragüelles y una alcandora de angeo teñido, y con una sábana blanca, ¿qué hará? ¿De qué se vestirá? ¿De dónde sacarán el dinero para ello? Pues las rentas reales, que tanto interesan en las cosas moriscas, donde se gasta un número infinito de seda; oro y aljófar, ¿por qué han de perderse? Los hombres todos andamos á la castellana, aunque por la mayor parte en hábito pobre: si el traje hiciera seta, cierto es que los varones habían de tener mas cuenta con ello que las mujeres, pues lo alcanzaron de sus mayores, viejos y sabios. He oido decir muchas veces á los ministros y prelados que se haria merced y favor á los que se vistiesen á la castellana, y hasta agora, de cuantos lo han hecho, que son muchos, ninguno veo menos molestado ni mas favorecido: todos somos tratados igualmente. Si á uno hallan un cuchi llo, échanle en galera, pierde su hacienda en pechos, en cohechos y en condenaciones. Somos perseguidos de la justicia eclesiástica y de la seglar; y con todo eso, siempre leales vasallos y obedientes á su majestad, prestos á servirle con nuestras haciendas, jamás se po drá decir que hayamos cometido traicion desde el dia que nos entregamos.
«Cuando el Albaicin se alborotó, no fué contra el Rey, sino en favor de sus firmas, que teníamos en veneracion de cosa sagrada. No estando aun la tinta enjuta, quebrantaron los capítulos de las paces las justicias, prendiendo las mujeres que venían de linaje do Cristianas, para hacerles que lo fuesen por fuerza. Veamos, señor: ¿en las comunidades levantáronse los deste reino? Por cierto, en favor de su majestad acompañaron al mar qués de Mondéjar y á don Antonio y don Bernardino de Mendoza, sus hermanos, contra los comuneros don Hernando de Córdoba el Ungi, Diego Lopez Aben Axar y Diego Lopez Hacera, con mas de cuatrocientos hom bres de guerra de nuestra nacion, siendo los primeros que en toda España tomaron armas contra los comune ros. Y don Juan de Granada, hermano del rey Abdilehi, tambien fué general en Castilla de los reales, trabajó y apaciguó lo que pudo, y hizo lo que debia á buen va sallo de su majestad. Justo es pues que los que tanta lealtad han guardado sean, favorecidos y honrados y aprovechados en sus haciendas, y que vuestra señoría los favorezca, honre y aproveche, como lo han hecho los predecesores que han presidido en este lugar. «Nuestras bodas, zambras y regocijos, y los placeres de que usamos, no impide nada al ser cristianos. Ni sé cómo se puede decir que es cerimonia de moros; el buen moro nunca se hallaba en estas cosas tales, y los alfaquís se salían luego que comenzaban las zambras á tañer ó cantar. Y aun cuando el rey moro iba fuera de la ciudad atravesando por el Albaicin, donde habia mu chos cadís y alfaquís que presumían ser buenos moros, mandaba cesar los instrumentos hasta salir á la puerta de Elvira, y les tenia este respeto. En Africa ni en Turquía no hay estas zambras; es costumbre de provincia, y si fuese cerimonia de seta, cierto es que todo había de ser de una mesma manera. El arzobispo santo tenia muchos alfaquís y meftís amigos, y aun asalariados, para que le informasen de los ritos de los moros, y si viera que lo eran las zambras, es cierto que las quitara, ó á lo menos no se preciara tanto dellas, porque hol gaba que acompañasen el Santísimo Sacramento en las procesiones del dia de Córpus Christi, y de otras solemnidades, donde concurrían todos los pueblos á porfía unos de otros, cual mejor zambra sacaba, y en la Alpujarra, andando en la visita, cuando decia misa cantada, en lugar de órganos, que no los habia, respondían las zambras, y le acompañaban de su posada á la iglesia. Acuérdome que cuando en la misa se volvia al pueblo, en lugar de Dominus vobiscum, decia en arábigo Ybara ficun, y luego respondia la zambra.
«Menos se hallará que alheñarse las mujeres sea cerimonia de moros, sino costumbre para limpiarse las cabezas, y porque saca cualquier suciedad dellas y es cosa saludable. Y si se ponían encima agallas, era para teñir los cabellos y hacer labores que parecían bien. Esto no es contra la fe, sino provechoso á los cuerpos, que aprieta las carnes y sana enfermedades. Don fray Antonio de Guevara, siendo obispo de Guadix, quiso hacer trasquilar las cabezas de las mujeres de los naturales del marquesado del Cenote, y rasparles la alhe ña de las manos; y viniéndose á quejar al Presidente y oidores y al marqués de Mondéjar, .se juntaron luego sobre ello, y proveyeron un receptor que le fuese á notificar que no lo hiciese, por ser cosa que hacia muy poco al caso para lo de la fe.
«Veamos, señor: hacernos tener las puertas de las casas abiertas ¿de qué sirve? Libertad se da á los ladrones para que hurten, á los livianos para que se atrevan á las mujeres, y ocasion á los alguaciles y escríbanos para que con achaques destruyan la pobre gente. Si alguno quisiere ser moro y usar de los guadores y cerimonias de moros, ¿no podrá hacerlo de noche? Sí por cierto; que la seta de Mahoma soledad requiere y recogi miento. Poco hace al caso cerrar ó abrir la puerta al  que tuviere la intencion dañada; el que hiciere lo que no debe, castigo hay para él, y á Dios nada es oculto.
« ¿Podráse pues averiguar que los baños se hacen por cerimonia? No por cierto. Allí se junta mucha gente, y por la mayor parte son los bañeros cristianos. Los baños son minas de inmundicias; la cerimonia ó rito del moro requiere limpieza y soledad, ¿Cómo han de ir á hacerla en parte sospechosa? Formáronse los baños para limpieza de los cuerpos, y decir que se juntan allí las mujeres con los hombres, es cosa de no creer, por que donde acuden tantas, nada habría secreto; otras ocasiones de visitas tienen para poderse juntar, cuanto mas que no entran hombres donde ellas están. Baños hubo siempre en el mundo por todas las provincias, y si en algun tiempo se quitaron en Castilla, fué porque debilitaban las fuerzas y los ánimos de los hombres para la guerra. Los naturales deste reino no han de pelear, ni las, mujeres han menester tener fuerzas, sino andar  limpias: si allí no se lavan, en los arroyos y fuentes y rios, ni en sus casas tampoco lo pueden hacer, que les está defendido, ¿dónde se han de ir á lavar? Que aun para ir á los baños naturales por via de medicina en sus enfermedades les ha de costar trabajo, dineros y pérdida de tiempo en sacar licencia para ello.
«Pues querer que las mujeres anden descubiertas las caras, ¿qué es sino dar ocasion a que los hombres vengan á pecar, viendo la hermosura de quien suelen afi cionarse? Y por el consiguiente las feas no habrá quien se quiera casar con ellas., Tápanse porque no quieren ser conocidas, como hacen las cristianas: es una hones tidad para excusar inconvinientes, y por esto mandó el Rey Católico que ningun cristiano descubriese el rostro á morisca que fuese por la calle, so graves penas. Pues siendo esto ansí, y no habiendo ofensa en cosas de la fe, ¿por qué han de ser los naturales molestados sobre el cubrir ó descubrir de los rostros de sus mujeres?
«Los sobrenombres antiguos que tenemos son para que se conozcan las gentes; que de otra manera perderse han las personas y los linajes. ¿De qué sirve que se pierdan las memorias? Que bien considerado, au mentan la gloria y ensalzamiento de los Católicos Reyes que conquistaron este reino. Esta intencion y voluntad fué la de sus altezas y del Emperador, que está en gloria; para estos se sustentan los ricos alcázares de la Alhambra y otros menores en la mesma forma que estaban en tiempo de los reyes moros, porque siem pre manifestasen su poder por memoria y trofeo de los conquistadores.
«Echar los gacis deste reino, justa y santa cosa es; que ningun provecho viene de su comunicacion á los naturales; mas esto se ha proveído otras veces, y ja más se cumplió. Ejecutarse agora no deja de traer inconviniente, porque la mayor parte dellos son ya natu rales, casáronse, naciéronles hijos y nietos, y tiénenlos casados; y estos tales seria cargo de conciencia echar los de la tierra.
«Tampoco hay inconviniente en que los naturales tengan negros. ¿Estas gentes no han de tener servicios? ¿han de ser todos iguales? Decir que crece la nacion morisca con ellos, es pasion de quien lo dice, porque habiendo informado a su majestad en las cortes de Toledo que habia mas de veinte mil esclavos negros en este reino en poder de naturales, vino á parar en menos de cuatrocientos, y al presente no hay cien li cencias para poderlos tener. Esto salió tambien de los clérigos, y ellos han sido después los abonadores de los que los tienen, y los que han sacado intereses dello.
«Pues vamos á la lengua arábiga, que es el mayor inconviniente de todos. ¿Cómo se ha de quitar á las gentes su lengua natural, con que nacieron y se criaron? Los egipcios, surianos, malteses y otras gentes cristianas, en arábigo hablan, leen y escriben, y son cristia nos como nosotros; y aun no se hallará que en este reino se haya hecho escritura, contrato ni testamento en letra arábiga desde que se convirtió. Deprender la lengua castellana todos lo deseamos, mas no es en manos de gentes. ¿Cuantas personas habrá en las villas y lugares fuera desta ciudad y dentro della, que aun su lengua árabe no la aciertan á hablar sino muy diferen te unos de otros, formando acentos tan contrarios, que en solo oir hablar un hombre alpujarreño se conoce de qué taa es? Nacieron y criáronse en lugares pequeños, donde jamás se ha hablado el aljamia ni hay quien la entienda, sino el cura ó él beneficiado ó el sacristan, y estos hablan siempre en arábigo: dificultoso será y casi imposible que los viejos la aprendan en lo que les queda de vida, cuanto mas en tan breve tiempo como son tres años, aunque no hiciesen otra cosa sino ir y venir á la escuela. Claro está ser este un, artículo in ventado para nuestra destruicion, pues no habiendo quien enseñe la lengua aljamia, quieren que la apren dan por fuerza, y que dejen la que tienen tan sabida, y dar ocasion á penas y achaques, y á que viendo los na turales que no pueden llevar tanto gravámen, de mie do de las penas dejen la tierra, y se vayan perdidos á otras partes y se hagan monfíes. Quien esto ordenó con fin de aprovechar y para remedio y salvacion de las almas, entienda que no puedo dejar de redundár en grandísimo daño, y que es para mayor condenacion. Considérese el segundo mandamiento, y amando al prójimo, no quiera nadie para otro lo que no querria para sí; que si una sola cosa de tantas como á nosotros se nos ponen por premática se dijese á los cristianos de Castilla ó del Andalucía, morirían de pesar, y no sé lo que se harian. Siempre los presidentes desta audien cia fueron en favorecer y amparar este miserable pue blo: si de algo se agraviaban, á ellos acudian, y reme diábanlo como personas que representaban la persona real y deseaban el bien de sus vasallos; eso mesmo es peramos todos de vuestra señoría. ¿Qué gente hay en el mundo mas vil y baja que los negros de Guinea? Y consiénteseles hablar, tañer y bailar en su lengua, por darles contento. No quiera Dios que lo que aquí he di cho sea con malicia, porque mi intencion ha sido y es buena. Siempre he servido á Dios nuestro señor, y á la corona real, y á los naturales deste reino, procurando su bien; esta obligacion es de mi sangre, y no lo puedo negar, y mas há de sesenta años que trato destos nego cios; en todas las ocasiones he sido uno de los nombra dos. Mirándolo pues todo con ojos de misericordia, no desampare vuestra señoría á los que poco pueden, con tra quien pone toda la fuerza de la religion de su par te; desengañe á su majestad, remedie tantos males co mo se esperan, y haga lo que es obligado á caballero cristiano; que Dios y su majestad serán dello muy ser vidos, y este reino quedará en perpetua obligacion.»


CAPITULO XI
De lo que el Presidente respondió á los moriscos, y cómo avisó á su majestad dello, y de algunas cosas que convenía proveerse.
Oido el razonamiento de Francisco Nuñez Muley, el Presidente le respondió que todo cuanto él pudiese hacer para que los vasallos de su majestad no fuesen molestados, lo haria; y que si algunas justicias les hiciesen algun agravio ó les llevasen dineros mal llevados, acudiesen á él, porque luego lo remediaría y cas tigaría con rigor. Que lo que su majestad quería dellos era que fuesen buenos cristianos, en todo semejantes á los otros cristianos sus vasallos, y que haciéndolo ansí, ternian causa de pedirle mercedes, y él razon de ha cérselas; mas que tuviesen por cierto que la nueva premática no se había de revocar, pues era tan santa y justa, y habia sido hecha con tanta deliberacion y acuerdo. Qué si alguna cosa había en ella de que poderse agraviar, se lo dijesen; porque en lo que él pudiese darle declaracion, lo haria de muy buena voluntad; y en lo que no pudiese darla, enviaria á consultarlo luego con su majestad, y procuraría el remedio con toda brevedad. Que fuera desta órden no gastasen sus haciendas al aire, ni enviasen á la corte sobre ello; porque las razones que daban se habian dado otras veces y no eran bastantes para que por ellas se revoca se la premátita; porque en lo que tocaba á la lengua, estaba cometido al arzobispo de Granada y á él, para que lo proveyesen por la vía que mejor pareciese convenir, y así lo harían; y en lo del hábito, estaba el remedio en la mano, deshaciendo las ropas moriscas, y haciendo dellas sayas, faldellines y sayuelos al uso de las cris tianas, y desta manera no se perdería tanto como decia; y que los maestros y oficiales que hacían vestidos y joyas á la morisca podian tambien hacerlo á la cas tellana , y los mercaderes y tratantes tener el mesmo trato que tenian. Y como le replicase que no estaban examinados, y que los almotacenes les llevarían la pe na, le respondió que desde luego les daba licencia pa ra qué los pudiesen cortar y hacer, aunque no estuvie sen examinados; y que en lo que tocaba á las mujeres pobres, se pediría á su majestad que de limosna les mandase dar sayas y mantos, y andando vestidas como cristianas, cesaría el inconviniente que decia de las justicias; y al fin concluyó con decirle resolutamente que su majestad quería mas fe que farda, y que precia ba mas salvar una alma que todo cuanto le podian dar de renta los moriscos nuevamente convertidos, porque su intencion era que fuesen buenos cristianos, y no solo que lo fuesen, mas que tambien lo pareciesen, trayendo á sus mujeres y hijas vestidas como andaba la Reina nuestra señora, y qué por su parte en nengun tiempo los favorecería para que, siendo cristianos, tra jesen á sus mujeres vestidas como moras. Con estas y otras muchas razones despidió el Presidente á este morisco aquel dia, y siendo informado que querían enviar á la corte á Jorge de Baeza a hacer contradicion en nombre del reino, le hizo llamar y le mandó que por ninguna via fuese á tratar de aquel negocio, porque su majestad no gustaría dello; y que si alguna cosa pre tendían., lo pidiesen por peticion, y se proveería en lo que hubiese lugar, y en lo demás se consultaría con su majestad. Luego se mandó pregonar por toda la ciudad que todos los maestros y oficiales de cosas moriscas que quisiesen hacerlas á la castellana, lo hiciesen libre mente, aunque no estuviesen examinados por los vee dores, y que no les llevasen penas ni achaques por ello. Que los que quisiesen examinarse, los examinasen sin llevarles interés por el exámen; y que los tejedores de almalafas, almaizares y cortinas, y de otras cosas mo riscas, dentro de cierto término acabasen las obras que tenían comenzadas, y de allí adelante no hiciesen otras de nuevo, sino que guardasen el tenor de la premática. Y porque había muchos que tenían tiendas arrendadas para sus tratos y oficios, y empleado su caudal en ropas y cosas moriscas, y cesando, como habia de cesar, el trato dellas, no podían pagar los alquileres de vacio, mandó llamar los dueños dellas, y les rogó que las tomasen en sí, y diesen por libres de los arrenda mientos á los moriscos, los cuales holgaron de hacer lo. Mandóles avisar que todas las cuentas que tenían en arábigo se feneciesen y acabasen dentro de un año, porqué de allí adelante, guardando la premática, no habian de leer ni escrebir mas en aquella lengua, sino en la castellana. Ordenóse á las justicias que si prendiesen algunas mujeres sobre el hábito y traje, las reprehendiesen y amonestasen dos y tres veces antes de llevarlas á la cárcel; y si algunas prendían, mandaba luego soltarlas sin costas; y en todo él primer año no consintió que se ejecutase pena que viniese á su noticia. Y porque los alguaciles ordinarios hacían demasías, señaló personas que con menos rigor lo luciesen, mandándoles respetar y hacer cortesía á las moriscas que encontrasen vestidas á la castellana. Y por carta de 27 de febrero dió aviso á su majestad, y le informó de lo que habia pasado con los moriscos, y del estado en que estaban sus negocios, y lo que le parecía deberse proveer pava atajar los malos y daños que los monfíes salteadores hacian en aquel reino, certificando que era el mayor inconviniente para la quietud y seguridad dél, especialmente de los lugares de la costa de la mar, adonde acudian bajeles de Berbería, que con la indus tria y favor que les daban, hacian grandísimos daños. En esta conformidad se informó por acuerdo y por ciu dad, cada uno por su parte, fundando el remedio mas en legalidad que en fuerza, pidiendo que se cometiese á los alcaldes de la real Audiencia, sin que en ello, por ser negocios de justicia, se entremetiese el Capitan Ge neral, á cuyo cargo solamente habían de estar los pre sidios de los lugares de la costa. Tambien informaron como los moriscos del Albaicin avisaban que se ve nían á meter con ellos muchos moriscos forasteros, y pedían que hubiese alguna gente pagada á su costa que rondase de noche, tanto por la seguridad de sus per sonas y haciendas, como para que los malhechores fue sen presos y castigados. Lo cual todo visto en el real Consejo, y consultado á su majestad, se respondió al presidente don Pedro de Deza, por carta de 30 de mar zo, que estaba bien la respuesta que había dado á los moriscos que le habian ido á hablar; y en cuanto á lo que decia de las mujeres pobres, que no tenían de que vestirse como cristianas, su majestad les hacia mer ced que del dinero procedido de dos casas de baños de su real patrimonio, que se habían desbaratado, y ven dido aquellos días en el Albaicin, se comprasen paños y anascotes con que vestirlas, y les diesen oficiales que les hiciesen ropas á uso de cristianas, sin llevarles hechura , como en efeto se hizo. Y que en cuanto á la seguridad de los lugares de la costa de la mar, ya su majestad habia mandado venir suficiente número de galeras para la guardia della, y se proveería gente de guerra, que con asistencia del Capitan Generalla guardasen, y con esto cesarían los daños que hacian los monfíes y salteadores; y tambien él por su parte prove yese de manera que cesasen por los medios que pare ciesen mas convenientes. Y en lo que tocaba á la ciu dad, parecia no ser necesario hacer mas prevencion que tener gran cuenta los alcaldes de chancillería y las justicias ordinarias, con rondar de noche, repartiendo entre sí el tiempo y horas y los cuartales, de manera que en todas partes y en cualquiera hora de la noche se rondase, creciendo , si pareciese necesario, el nú mero de los alguaciles y de la gente que habia de andar con ellos; y porque parecía que en el Albaicin impor taría, mas la ronda, se pondrían dos alguaciles acom pañados de mas gente que los otros, ayudando para este gasto y para lo demás los moriscos, cómo decía que lo habían prometido; y que con esto, no habiendo co mo no habia que temer otro movimiento ni alteracion, estaría bien proveído, sin hacer provisiones de mas costa ni sonido, para excusar los daños que se podían hacer de noche. Y en cuanto á los moriscos forasteros que decían que se metían á vivir en el Albaicin, lo proveyesen allá como pareciese, y se enviase relacion al Consejo de lo que se hiciese.


CAPITULO XII.
De lo que el marqués de Mondéjar informó á su majestad acerca de los capítulos que se mandaban ejecutar.
Estuvo el marqués de Mondéjar algunos días en la corte, después que el presidente don Diego de Espinosa le habló, procurando como hacer que se suspendiese el efeto de los capítulos que tanto sentían los moriscos del reino de Granada; y en las relaciones que hacia se quejaba de que se hubiese tomado resolucion precisa en negocio tan grave y de tanta consideracion sin pe dirle su parecer, como se había hecho siempre con los capitanes generales de aquel reino, ansí por la confian za que dellos se tenia, como por la prática y experiencia que tenían de las cosas dél; y no los contradiciendo, representaba los inconvinientes que traia consigo la ejecucion dellos, diciendo lo mucho que convenia que en el despacho de las provisiones que para el efeto se hubiesen de hacer hubiese mucha brevedad, por los inconvinientes que de la dilacion podrían resultar, los males que habría en el reino, y los daños inreparables que se seguirían si los moriscos venían á desvergonzarse, por tener los turcos tan á la mano en los lugares marítimos de Berbería, con navios y gente, y ser el pa saje tan breve de su costa á la nuestra, que podrían atravesar en poco espacio de tiempo, y venir donde habia grandísimo número de enemigos de las puertas adentro; todos moriscos, gente liviana, amiga de novedades , sospechosos en la fe y en la lealtad que como buenos vasallos debian á su majestad como á rey y se ñor natural, en tanta manera, que con razon se podría presumir y temer dellos cualquiera alteracion, especialmente con la ocasion presente. Decia mas, que aunque el celo de las personas con cuya intervencion y consejo se habían hecho los capítulos era santo y bueno, las cosas de aquel reino no estaban en estado que de su parecer se hiciese novedad, experimentando hasta dónde llegaba la lealtad de los moriscos. Y en caso que su majestad resolutamente mandase que se ejecutasen, convendría que se le diese cantidad de gente con que tenerlos enfrenados de manera que no se alborotasen, como temía que lo habían de hacer, sin tiendo terriblemente aquel yugo; y que sin esto, su ida en aquel reino seria de poco efeto, teniendo tan poca gente como tenia, y tan falta de todas las cosas necesarias. A estas y otras muchas razones que el mar qués de Mondéjar daba, don Diego de Espinosa le res pondió que la voluntad de su majestad era aquella y que se fuese al reino de Granada, donde seria de mucha importancia su persona, atropellando, como siempre, todas las dificultades que le ponian por delante. Ver daderamente fué cosa determinada de arriba para des arraigar de aquella tierra la nacion morisca. Representábaseles á los del Consejo lo que el marqués de Mondéjar decia; y aunque tenia otros avisos y sospechas, no estando ciertos el cómo y cuándo seria, dudosos, temiendo por una parte y dificultando por otra, juzgaban ser muy necesario el remedio con brevedad; mas tenian gran confianza en que las provisiones hechas á las justicias y la gente del Capitan General seria bas tante, por ser los moriscos gente vil, desarmados, fal tos de industria, de fortalezas, no asegurados de so corro ; y por estas razones no se proveyó á las preten siones del marqués de Mondéjar mas que mandarle que se fuese luego a Granada con acrecentamiento de solos trescientos soldados extraordinarios, que pusiese en los lugares de la costa donde le pareciese, y qué la visitase y residiese en ella cierto tiempo del año.

CAPITULO XIII.
De algunas cosas que el presidente de Granada proveyó estos días, y cómo los moriscos se agraviaron dellas.
Acercábase ya el tiempo en que las moriscas habian de dejar las ropas que tuviesen seda, que era el postrer dia de diciembre del año de 1567. El presidente y el arzo bispo de Granada ordenaron á los curas y beneficiados de las iglesias de los lugares de los moriscos de todo el reino, que en la misa mayor del dia de año nuevo les avisasen dello para que supiesen que de allí adelante no las podían traer, y se ejecutaría la pena de la premática; y que asímesmo empadronasen todos los niños y niñas hijos de moriscos que habia en Granada, desde edad de tres años hasta quince, para ponerlos en es cuelas donde aprendiesen la lengua y la doctrina cris tiana. Pregonóse tambien que todos los moriscos de la Vega y del Valle y de las Alpujarras que habian entrádose á vivir en Granada con sus casas y familias, salie sen luego fuera, y volviesen á poblar los lugares, so pena de la vida. Estas cosas quisieron contradecir los moriscos, y juntándose algunos dellos, acudieron lue go al Presidente, creyendo que los podría hacer algun favor, y con mucho sentimiento le dijeron que, sien do , como eran, vasallos de su majestad, y pudiendo vi vir libremente en cualquiera parte del reino, se les ha cia agravio en mandarles que no viviesen dentro de Granada; que no era cosa nueva venirse los de las al carías á vivir á la ciudad, ni los de la ciudad salirse á morar á las alcarías; y que asímesmo habian sabido como estaba mandado á los curas que les empadrona sen sus hijos para llevárselos á Castilla; que por amor de Dios los favoreciese de manera que no se les hiciesen tantos agravios y molestias. Y él les respondió que mi rasen muy bien lo que decían, pues veian cuán justa cosa era que los moriscos forasteros volviesen á vivir á sus casas, porque de otra manera seria despoblar la tierra; que á ellos les estaba bien volverse, pues era cierto que los que se habian metido en la ciudad eran de los honrados y mas pacíficos, y como tales tenian obligacion á estar en sus lugares, para que no sucediese algun desórden entre la gente inquieta y desasosega da. Que en lo que tocaba á los niños, no era mas que dar órden como fuesen enseñados y doctrinados en la fe; y porque habiendo su majestad mandado que cesase el uso de la lengua arábiga á los hombres de treinta años arriba, que se entendía que no podían dejarla tan fácilmente, se les prorogaria el término; y para los niños y niozos era bien que hubiese escuelas donde aprendiesen la lengua y la doctrina cristiana; que supiesen que los maestros no les habian de llevar nada por enseñarlos, antes se daria órden como fuesen pagados á costa de su majestad. Que si los empadronaban á to dos, era porque se viese los que faltaban y para que sus padres y madres tuviesen cuidado de enviarlos á la es cuela y diesen cuenta dellos; porque como los maes tros y maestras no les habian de llevar interés, podrían descuidarse. Que considerasen bien lo que se hacia, y lo tuviesen en mucho, pues se tenia tan particular cui dado de lo que tocaba á su bien y á la salvacion de sus almas; y que, como les habia dicho otras veces, la intencion de su majestad era, haciendo lo que eran obli gados, servirse dellos en paz y en guerra, y aprovechar los en las cosas eclesiásticas y seglares, sin hacer dife rencia dellos á los otros cristianos sus vasallos. Por tan to, que se animasen unos á otros y diesen muestras de cristiandad con obras; y en lo demás perdiesen cuidado, porque él lo ternia siempre de favorecer sus cosas. Y como los moriscos, á quien no faltaban réplicas, dijesen que habia entre ellos muchos pobres que no podrían tener sus hijos en escuelas, porque estaban pues tos á oficios y aprendían y ayudaban á sustentar á sus padres, y les servían, no teniendo ni habiéndoles que dado otro servicio, les respondió que no tuviesen pena, porque él lo comunicaría con el Acuerdo, para que se diese alguna buena orden de manera que los niños aprendiesen y sus padres consiguiesen lo que pretendían , no dejando de aprender oficios y ayudarles con su trabajo, como decían. Y con esto se salieron no menos confusos que la otra vez, viendo lo poco que les aprovechaban sus pláticas, aunque entendimos des pués dé algunos dellos, que siempre tuvieron esperan za que con la sospecha de que se habían de levantar, aplacaria aquel rigor y se suspendería la premática.

LIBRO CUARTO
CAPITULO PRIMERO
Cómo los moriscos del Albaicin que trataban del negocio de rebelion se resolvieron en que se hiciese, y la orden que dieron en ello.
El recaudo que siempre hubo en la ciudad de Granada fué causa que los moriscos del Albaicin diesen alguna aparencia de quietud, aunque no la tenían en sus ánimos. Disimulando pues con humildad, estuvieron algunos meses, después de la venida del marqués de Mondéjar y de la ida de don Alonso de Granada Venegas á la corte, tan sosegados, que daban á entender estar ya llanos en el cumplimiento de la premática, y ansí lo escribió el Presidente á su majestad y á los de su consejo. Mas como después vieron que se les acercaba el término de los vestidos, y que no se trataba de suspender la premática con alguna prorogacion de tiempo, ciegos de pura congoja y faltos de consideracion y de consejo, haciendo fucia en sus fuerzas, que si bien eran sospechosas para encubiertas, no dejaban de ser flacas para puestas en ejecucion, acordaron determinadamente que sé hiciese rebelion y alzamiento general, y que comenzase por la cabeza del reino, que era el Albaicin. Juntándose pues algunos dellos en casa de un morisco cerero, llamado el Adelet, tomaron resolucion en que fuese el dia de año nuevo en la noche, porque demás de que los pronósticos les hacían cierto que el proprio dia que los cristianos habían ganado á Granada se la habían de tornar á ganar los moros, quisieron desmentir las espías y asegurar nuestra gente, si por caso se hubiese descubierto ó descubriese un concierto que tenian para la noche de Navidad. Y ansí, advirtieron que no se diese parte de la última determinacion á los de la Alpujarra hasta el dia en que se hubiese de hacer el efeto, porque temieron que, como gente rústica, no guardarían secreto, y tenian bien conocido dellos que en sabiendo que el Albaicin se alzaba, se alzarían luego todos. La órden que dieron en su maldad fué esta: que en las alearías de la Vega y lugares del valle de Lecrin y partido de Órgiba se empadronasen ocho mil hombres tales, de quien se pudiese fiar el secreto, y que estos estuviesen á punto para, en viendo una señal que se les haria desde el Albaicin, acudir á la ciudad por la parte de la Vega con bonetes y tocas turquescas en las cabezas, porque pareciesen turcos ó gente berberisca que les venia de socorro. Que para que se hiciese el padron con mas secreto, fuesen dos oficiales por las alearías y lugares, so color de adobar y vender albardas, y se informasen de pueblo en pueblo de las personas á quien se podrían descubrir, y aquellos empadronasen, encargándoles secreto; que de los lugares de la sierra se juntarían dos mil hombres en un cañaveral que estaba junto al lugar de Cenes, en la ribera de Genil, para que con ellos el Partal de Narila, famoso monfí, y el Nacoz de Nigüéles, y otros que estaban ya hablados, acudiesen á la fortaleza del Alhambra, y la escalasen de noche por la parte que responde á Ginalarife. Y para esto se encargó un morisco albañir, que labraba en la obra de la casa real, llamado Ma se Francisco Abenedem, que daría el altor de los mu ros y torres para que las escalas se hiciesen á medida, y se hicieron diez y siete escalas en los lugares de Güejar y Quéntar con mucho secreto ; las cuales vimos después en Granada, y eran de maromas de esparto con unos palos atravesados, tan anchos los escalones, que podían subir tres hombres á la par por cada uno dellos. Que los mancebos y gandules del Albaicin acu dirían luego con sus capitanes en esta manera:
Miguel Acis, con la gente de las parroquias de San Gregorio, San Cristóbal y San Nicolás, á la puerta de Frex el Leuz, que cae en lo mas alto del Albaicin á la parte del cierzo, con una bandera ó estandarte de damasco carmesí con lunas de plata y Huecos de oro, que tenia hecha en su casa y guardada para aquel efeto; Diego Nigueli el mozo, con la gente de San Salvador, Santa Isabel de los Abades y San Luis, y una bandera de tafetan amarillo, á la plaza Bib el Bonut; y Miguel Mozagaz, con la gente de San Miguel, San Juan de los Reyes, y San Pedro y San Pablo, y una bandera de da masco turquesado; á la puerta de Guadix. Que lo pri mero que se hiciese fuese matar los cristianos del Albaicin que moraban entre ellos, y dejando cada uno una parte de la gente de cuerpo de guardia en los lu gares dichos, acometiesen la ciudad por tres partes, y á un mesmo tiempo la fortaleza de la Alhambra. Que los de Frex el Louz bajasen por un camino que va por fuera de la muralla á dar al hospital Real, y ocupando la puerta Elvira, entrasen por la calle adelanto, matando los que saliesen al rebato; y llegando á las casas y cárcel del Santo Oficio, soltasen los moriscos presos, y hiciesen lodo el daño que pudiesen en los cristianos. Que los de la plaza de Bib el Bonut, bajando por las ca lles de la Alcazaba, fuesen á dar á la calle de la Calde rería y á la cárcel de la ciudad, y quebrantándola, pu siesen en libertad á los moriscos, y pasasen á las ca sas del Arzobispo y procurasen prenderlo ó matarle. Que los de la puerta Guadix entrasen por la calle del rio Darro abajo á dar á las casas de la Audiencia real, y procurando matar ó prender al Presidente, soltasen los presos moriscos que estaban en la cárcel de chancillería, y se fuesen á juntar todos en la plaza de Bibarrambla, donde tambien acudirían los ocho mil hombres de la Vega y valle de Lecrin, y de allí á la parte donde hubiese mayor necesidad, poniendo la ciudad á fuego y á sangre. Y que puestos todos á punto, se daría aviso á la Alpujarra para que hiciesen allá otro tanto. Este fué el concierto que Farax Aben Farax, y Tagari, y Mofarrix, y Alatar, y Salas, y sus compañeros hicieron, segun pareció por confesiones de algunos que fueron presos, que nos fueron mostradas en Granada, y de otros de los que se hallaron presentes; y fuera dañosí simo para el pueblo cristiano si lo pusieran en ejecu cion; mas fué Dios servido que habiendo los albarderos empadronado ya los ocho mil hombres antes de llegar á Lanjaron, y estando los demás todos apercebidos y á punto para acudir á las partes que les habian sido señaladas, los monfís de la Alpujarra se anticiparon por cudicia de matar unos cristianos que iban de Ujíjar de Albacete á Granada, y otros que pasaban de Granada á Adra, y desbarataron su negocio. Y porque se entienda cuán prevenidos y avisados estaban para el efeto, ponemos aquí dos cartas traducidas de arábigo, de las que Aben Farax y Daud escribieron á los moris cos de los lugares con quien se entendían, y á los cau dillos de los monfís, sobre este negocio.

CARTA DE FARAX ABEN FARAX Á LOS LUGARES, SOBRE EL REBELION.
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. Santificó Dios a nuestro profeta Maboma, y á su gente, familia y aliados salvó salvacion gloriosa. Hermanos nuestros y amigos, viejos, ancianos, caudillos, alguaciles, regidores y otros nuestros hermanos, y á todo el comun de los moros: ya sabeis por nuestros pronósticos y juicios lo que Dios nos ha prometido; la hora de nuestra conquista es llegada para ensalzar en libertad la ley de la unidad de Dios, y destruir la del acompañamiento de los dioses. Estad unánimes y conformes para todo lo que os dijere é informare de nuestra parte nuestro procurador Mahomad Aben Mozud, que tiene nuestro poder y cargo para esto. Y lo que él os dijere haced cuenta que nos lo decimos, porque con el ayuda y favor de Dios estéis todos prevenidos y á punto de guerra para venir á Granada á dar en estos descreídos el dia señalado. Los que no estuvieren apercebidos, haced que se aperciban, y á los que no lo supieren, avisadlos dello, que para este efeto están ya prevenidos todos desde el lugar de la Jauría y del Gatucin, hasta Canjáyar de la Jarquía. La salud de Dios sea con vosotros. —Farax Aben Farax, gobernador de los moros, siervo de Dios altísimo.»

CARTA DE DAUD Á CIERTOS CAPITANES DE LOS MONFÍS.
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. La salud de Dios buena, comprehendiente, deseo á aquel que el soberano honró, ó no le desamparó el bien, que es mi señor Cacim Abenzuda y sus compañeros, y á mi señor el Zeyd, y á todos los amigos juntamente deseo salud: vuestro amigo el que loa vuestras virtudes, el que tiene gran deseo de veros, el que ruega á Dios por el buen suceso de vuestros negocios, Ma hamete, hijo de Mahamete Aben Daud, vuestro hermano en Dios. Hágoos saber, hermanos mios, que estoy bueno, loado sea Dios por ello, y tengo puesto mi cuidado con vosotros muy mucho. Sábelo Dios que me ha pesado de vuestro trabajo; el parabien os doy del buen suceso y salvamento. Roguemos á Dios por su amparo en lo que queda. Hágoos saber, hermanos mios, que los granadinos me enviaron á buscar después que de vosotros me partí, y no supieron dónde estaba, y esta nueva tuve en el Rubite; mas no alcancé de quién era la mensajería, hasta que lo vine á saber de unos de Lanjaron, que me dijeron como los de Granada andaban resucitando el movimiento en que entendian por el mes de abril; y como supe esto, hablé con mi señor Hamete, y me aconsejó que subiese á Granada, y que supiese la certidumbre deste negocio, y que le avisase dello. Yo subí al Albaicin, y hallé el movimiento muy grande, y la gente determinada á lo que se debia determinar. Entonces me junté con las cabezas que entienden en este negocio, y me dijeron que enviase á la gente que estaba en las sierras, y les hiciese saber esta nueva, para que ellos la publicasen de unos en otros, y que se juntasen; porque juntos consultaríamos y veriamos lo que se habia de hacer. En esto quedamos y enviamos á los de las alcarías, y les hicimos saber la nueva; y todos dijeron: Querria mos que este negocio fuese hoy antes que mañana, porque mas queremos morir, y nos es mas fácil, que vivir en este trabajo en que estamos; y lo mesmo dijeron las gentes de la Garbia y de la Jarquía, diciendo: Veisnos aquí muy prestos con nuestras personas y bienes. Y como contase esto á los granadinos, acordaron de enviar por todo el reinó, avisándoles que apercibiesen la gente, y se aparejasen lo mejor que pudiesen. A esta sazon acordamos de enviar á los monfís, adonde quiera que estuviesen, para que se juntasen y avisasen unos á otros para el día que fuese menester. Este dia están aguardando todos, chicos y grandes, y esto es necesario que se haga, siendo Dios servido, oh amigos mios. En recibiendo mi carta, apercebios á la obra como hombres, porque mejor os será defender vuestros hijos y hermanos, y alzar el yugo de servidumbre de nuestro reino, y conquistar al eneamigo, y morir en servicio de Dios, que pasaros á Berbería para dejar desamparados á vuestros hermanos los moros; porque el que esto hiciere de vosotros y muriere, morirá sin premio ; el que viviere, y matare alguno de los moros, será juzgado ante las manos de Dios el dia del juicio; el que muriere peleando con los herejes, morirá mártir; y el que viviere, vivirá honrado ; y las razones acerca desto se podrían alargar; por tanto acortemos esta razon. Esto es, hermanos mios, lo cierto que os hacemos saber; por tanto aparejáos, y enviad á nuestro caudillo Hamete á hacerle saber esta nueva, y él os avisará aquello que se deba hacer; porque nosotros enviamos un hombre con la nueva, y no hemos sabido mas lo que hizo. Enviad á la gente y avisadlos donde quiera que estén, y avisémonos de contino, porque siempre sepamos unos de otros para lo que se ofreciere. Y por amor de Dios os encargo el secreto que pudiéredes, mientras Dios altísimo nos provee de su libertad, la cual será muy propincua mediante él. La gracia y bendicion de Dios sea con vosotros, que es escrita en 25 de otubre. Y la firma decia: Mahamete, hijo de Mahamete Aben Daud, siervo de Dios.»
CAPITULO II
Cómo se hicieron nuevos apercibimientos en Granada con sospecha del rebelion.
Todo esto que los moriscos hacian en su secreto era de manera que causaba una sospecha y confusion muy grande en Granada y en todo el reino. Veíase que los monfís andaban cada dia mas desvergonzados, despre ciando y teniendo en poco á las justicias; que los moris cos mancebos, á quien no cabía en el pecho lo que estaba concertado, publicaban que antes que se cumpliese el término de la premática habría mundo nuevo. La ciu dad estaba llena de moriscos forasteros, que so color de vender su seda y comprar sayas y mantos para sus mujeres, habian acudido de muchas partes del reino á saber lo que se trataba y cuándo habia de ser el levantamiento. Tenia el marqués de Mondéjar avisos del desasosiego que traian; publicábase entre el Vulgo que la noche de Navidad habian de entrar á levantar el Albaicin seis mil turcos, y aunque estas parecían ser cosas á que se debia dar poco crédito, traían alguna aparencia.  Entendióse después que ellos habían echado aquella fa ma, para que cuando acudiesen los ocho mil hombres que estaban empadronados en el Valle y Vega, entendie sen que eran turcos, y no quedase morisco en todo el reino que no se alzase. Con todo esto no acababan de persuadirse los ministros de su majestad á que fuese rebelión general, sino que algunos perdidos andaban inquietando y alborotando la tierra, y que estos no po drían permanecer muchos dias , no siendo todos en la  conjuracion; y era ansí que los hombres ricos y que vi vían descansadamente, creyendo que sola la sospecha del rebelion seria parte para que los del Consejo hicie sen con su majestad que mandase suspender la premática, holgaban que se alborotase la gente; mas no querian que se entendiese ser ellos los autores; y por otra liarle, los ofendidos de las justicias y de la ente de guer ra, y con ellos los pobres y escandalosos, queriendo venganza y enriquecer con haciendas ajenas, avivaban la voz de la libertad y encendían el fuego de la sedicion. Hubo algunos de los autores que se arrepintieron en el punto, considerando el poco fundamento con que se movían, y avisaron dello, aunque por indirectas y no sin falla de malicia, á los ministros. Uno destos fué aquel Mase Francisco Abenedem que dijimos, el cual se fué al padre Albotodo el juéves 23 dias del mes de diciem bre, y como en confesion, le dijo que había entendido de unos moriscos gandules que pasaban por delante la puerta de su casa, como se quería levantar el reino la noche de Navidad, por razon de la premática; mas no le declaró otra cosa en particular. Con este aviso se fué luego Albotodo al maestro Plaza, su rotor, y dándole cuenta de lo que el morisco le había dicho, se fueron juntos al Arzobispo, y con su licencia lo dijeron al Pre sidente y al marqués de Mondéjar y al Corregidor; los cuales, no quisieron que se publicase, porque la ciudad no se alborotase, y solamente mandaron reforzar las guardias y doblar las centinelas y rondas, tanto para se guridad de los cristianos como de los moriscos. El mar qués de Mondéjar puso buen recaudo en la fortaleza de la Alhambra, y el Corregidor, acompañado con mucho número de gente armada, rondó aquella noche y la siguiente las calles y plazas del Albaicin y de la Alcazaba.
CAPITULO III
Cómo los caudillos de los monfís comenzaron el rebelion en la Alpujarra por cudicia de matar unos cristianos en la taa de Poqueira y en Cádiar.
Teniendo pues Farax Abenfarax apercebidos todos sus amigos y conocidos en los lugares de moriscos, con cartas y personas de quien podía fiar el secreto, y viendo que se acercaba el día señalado, envió al Partal de Narila á que juntase las cuadrillas de los monfís, y las tra jesen á las taas de Poqueira y Ferreira y Órgiba, para que alzasen aquellos pueblos en sabiendo que los del Valle y de la Vega iban la vuelta de Granada, y atravesando luego la Sierra Nevada, acudiesen á favorecer la ciudad. Este Partal habia estado preso en el santo ofi cio de la Inquisicion, donde se le habia mandado que no saliese de Granada; el cual, so color de que padecía necesidad, habia pedido licencia á los inquisidores para ir á vender su hacienda á la Alpujarra, y con esta ocasion se habia pasado á Berbería, y después volvió á es tas partes á dar calor al rebelion, ofreciéndose de traer grandes socorros de Africa, exagerando el poder de aquellos infieles; y mientras esto se trataba, estuvo escondido algunos días en su casa, y no veia la hora de comenzar su maldad, como la comenzó antes de tiempo, por lo que agora dirémos.
Acostumbraban cada año los alguaciles y escribanos de la audiencia de Ujíjar de Albacete, que los mas dellos estaban casados en Granada, ir a tener las pascuas y las vacaciones con sus mujeres, y siempre llevaban de camino, de las alcarías por donde pasaban, gallinas, pollos, miel, fruta y dineros, que sacaban á los moris cos como mejor podían. Y como saliesen el mártes 22 dias del mes de diciembre Juan Duarte y Pedro de Me dina, y otros cinco escribanos y alguaciles de Ujíjar con un morisco por guia , y fuesen por los lugares ha ciendo desórdenes con la mesma libertad que si la tierra estuviera muy pacífica, llevándose las bestias de guia, unos moriscos cuyas eran, creyendo no las poder co brar mas, por razon del levantamiento que aguardaban, acudieron á los monfís, y rogaron al Partal y al Seniz de Bérchul que saliesen á ellos con las cuadrillas y se las quitasen; los cuales no fueron nada perezosos, y el juéves en la tarde, 23 dias del dicho mes, llegando los cristianos á una viña del término de Poqueira, salieron á cortarles el camino y las vidas juntamente, sin considerar el inconviniente que de aquel hecho se podría se guir á su negocio; y matando los seis dellos, huyeron Pedro do Medina y el morisco, y fueron á dar rebato á Albacete de Órgiba; y demás destos, á la vuelta toparon con cinco escuderos de Motril, que tambien habian venido á llevar regalos para la Pascua, y los mataron, y les tomaron los caballos. El mesmo dia entraron en la taa de Ferreira Diego de Herrera, capitan de la gente de Adra, y Juan Hurlado Decampo, su cuñado, vecino de Granada y caballero del hábito de Santiago, con cincuenta soldados y una carga de arcabuces que llevaban para aquel presidio, y como fuesen haciendo las mesmas desórdenes que los escribanos y escuderos, los monfís fueron avisados dello, y determinaron de matar los como á los demás, pareciéndoles que no era inconviniente anticiparse, pues estaban ya avisados todos y prevenidos para lo que se habia de hacer. Con este acuerdo fueron á los lugares de Soportújar y Cáñar, que son en lo de Órgiba, y recogiendo la gente que pudieron, siguieron el rastro por donde iba el capitan Her rera, y sabiendo que la siguiente noche habían de dor mir en Cádiar, comunicaron con don Hernando el Zaguer su negocio, y él les dió orden como los matasen, haciendo que cada vecino del lugar llevase un soldado á su casa por huésped, y metiendo á media noche los monfís en las casas, que se las tuvieron abiertas los huéspedes, los mataron todos uno á uno; que solos tres soldados tuvieron lugar de huir la vuelta de Adra, y juntamente con ellos mataron á Mariblanca, ama del beneficiado Juan de Ribera, y otros vecinos del lugar. Hecho esto, los vecinos de Cádiar, se armaron con las armas que les tomaron, y enviando las mujeres y los bienes muebles y ganados con los viejos á Jubíles, se fueron los mancebos la vuelta de Ujíjar de Albacete con los monfís, y don Hernando el Zaguer y el Partal fueron á dar vuelta por los lugares comarcanos para recoger gente, y otro dia se juntaron todos en Ujíjar, donde los dejaremos agora hasta que sea tiempo de volver á su historia, que ellos harán por donde no podamos olvidarlos aunque queramos. Y si acaso el letor echare me nos alguna cosa que él sabe ó desea saber, vaya con pa ciencia; que adelante en el discurso de la historia lo hallará; que como fueron tan varios los sucesos y en tantas partes, es menester que se acuda á todo.
CAPITULO IV.
Cómo en Granada se supo las muertes que los monfís habian hecho, y cómo Abenfarax quiso alzar el Albaicin.
Celebróse la fiesta del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo en Granada el viérnes en la noche con la solenidad que se solia hacer otros años en aquella in signe ciudad, aunque con mas recato, porque anduvo mucha gente armada rondando las calles. El sábado por la mañana llegaron dos moriscos de Órgiba con dos cartas, una del alcaide Gaspar de Sarabia, y otra de Her nando de Tapia, cuadrillero de los que andaban en se guimiento de los monfís que habia guarecidos en la torre de Albacete, como adelante dirémos. Estas car tas eran, la una para el Presidente, la otra para don Ga briel de Córdoba, tio del duque de Sesa, cuya era aque lla villa, dándoles aviso de las muertes que los moris cos habían hecho, y como se habían alzado luego, y te nían cercados los cristianos en la torre, para que lo di jesen al marqués de Mondéjar y le pidiesen que les en viase socorro. Don Gabriel de Córdoba tomó las dos cartas y las llevó, luego al Presidente, y después al mar qués de Mondéjar, el cual sospechando que algunos moros berberiscos habían desembarcado en la costa, y juntádose con los monfís para llevarse algun lugar, co mo lo habian hecho otras veces, solamente proveyó que se apercibiesen los jinetes, por si fuese menester hacer algun socorro; y no segundando otra nueva, se enfrió la primera, y la gente de la ciudad se descuidó; y como estaban todos cansados de las rondas pasadas, y hacia aquella noche un temporal asperísimo de frio con una agua nieve muy grande, no hubo quien acudiese á casa del Corregidor para salir á rondar con él; y si algunos caballeros acudieron, fueron pocos y tan tarde, que se hubo de dejar de hacer la ronda cuando mayor necesi dad hubo della. Los moriscos del Albaicin habian tenido mas cierta nueva de lo que había en la Alpujarra, y an dando todos turbados, unos se holgaban que los alpujarreños hubiesen comenzado el levantamiento con riesgo de sus cabezas; y otros, que deseaban rebelion general, les pesaba de ver que los monfís se hubiesen anticipado por cudicia de matar aquellos pocos cristia nos, y que no hubiesen tenido sufrimiento de aguar dar á que el Albaicin comenzase, como estaba acorda do. Farax Abenfarax, que estaba á la mira, viendo que la ciudad y la Albambra se apercebian cada hora, tomó consigo el sábado en la tarde, primer dia de pascua de Navidad, al Nacoz de Migüéles y al Seniz de Bérchul, capitanes de monfís, y á gran priesa se fué con ellos á los lugares de Güéjar, Pinos, Cénes, Quéntar y Dúdar, y recogió como ciento y ochenta hombres perdidos de los primeros monfís que pudieron atravesar la sierra el viérnes por la mañana, porque los otros no les pudieron acudir, ni menos les acudieron los de aquellos lugares, diciendo que los del Albaicin les habían enviado á decir aquella mañana que no hiciesen novedad hasta que ellos les avisasen. Con esta gente quiso Farax comenzar á matar cristianos. En Quéntar le escondieron al beneficiado los proprios moriscos del lugar, y el de Dúdar se le defendió en la torre de la iglesia; y aunque le puso fuego, no le aprovechó nada. De allí pasó la vuelta de Granada, determinado de alzar el Albaicin; y bajando á unos molinos que están sobre el rio Darro, hizo tomar los picos y herramientas que había en ellos, y llegando al muro de la ciudad que está por cima de la puerta de Guadix, rompió una tapia de tierra con que estaba cer rado un portillo, y dejando allí veinte y cinco hombres, entró con los demás por cima del barrio llamado Rabad Albaida, á media noche en punto, y se metió en su casa junto á Santa Isabel de los Abades, y al entrar del por tillo hizo que todos los compañeros dejasen los sombre ros y monteras que llevaban, y se pusiesen bonetes co lorados á la turquesca, y sus toquillas blancas encima, para que pareciesen turcos. Luego envió á llamar algunos de los autores del rebelion, y les dijo que, pues el levantamiento estaba ya comenzado en la Alpujarra, convenia que los del Albaicin hiciesen lo mesmo antes que los cristianos metiesen mas gente de guerra en la ciudad; que los ocho mil hombres que habian de acu dir del Valle y Vega y los capitanes de las parroquias no estaban tan desapercebidos, que en sintiendo el levan tamiento dejasen de acudir, aunque fuese antes de tiem po, y que lo mesmo harian los de los lugares de la sier ra, y se podría hacer el efeto de la Alhambra ; los cua les, no aprobando su determinacion tan inconsiderada, le dijeron que no era buen consejo, el que tomaba; que habiendo de venir con ocho mil hombres, venia con cuatro descalzos; y que no entendían perderse, ni le podían acudir, porque venia antes de tiempo y con poca gente; y ansí se fueron á encerrar en sus casas, no con menor contento de lo que Farax quería hacer que de lo que habían hecho los de la Alpujarra, creyendo que lo uno y lo otro seria parte para que por bien de paz se diese nueva orden en lo de la premática, sin aventurar ellos sus personas y haciendas. De la respuesta de los del Albaicin se sintió gravemente Farax, y comenzó á quejarse dellos, diciendo: « ¿Cómo habeisme hecho per der mi casa, mi familia y mi hacienda, y darme á las sierras con los perdidos, por solo poner la nacion en libertad; y agora, que veis el negocio comenzado, los que mas habiades de favorecernos y ayudarnos os salis afuera, como si nos quedase otra manera de remedio, ó esperásemos alcanzar perdon en algun tiempo de nues tras culpas? Debiérades avisarnos antes de agora; y pues ansí es, yo haré que el Albaicin se levante, ó perezcais todos los que estais en él.» Con estas amenazas salió de su casa dos horas antes que amaneciese, llevando la gente en dos cuadrillas, y por la calle de Rabad Albaida arriba se fué derecho á la placeta que está delante la puerta de San Salvador, donde fué avisado que estaban seis ó siete soldados haciendo guardia, y llegando á la boca de la calle, los monfís delanteros quisieran  no descubrirse hasta que llegaran todos, porque vieron un soldado que se andaba paseando por la placeta. Este soldado estaba haciendo centinela, y cuando sintió el ruido de la gente que subia por la calle arriba, creyendo que era el Corregidor que andaba rondando, quiso hacer del bravo, y poniendo mano á la espada, se fué derecho á los monfís, diciendo: «¿Quién vive?» Respon diéronle con las ballestas, que llevaban armadas, y hi riéndole en el muslo, dió vuelta á los compañeros, huyen do y tocando arma; los cuales estaban durmiendo al der redor de un fuego que tenian encendido junto á la pared de la iglesia, porque hacia mucho frio, y no fueron tan prestos á levantarse como convenia; por manera que los monfís mataron uno dellos y hirieron otros dos. Final mente, los sanos y los heridos huyeron, y los enemigos fueron siguiéndolos por unas callejuelas angostas, hasta dar en la plaza de Bib el Bonut, y llegando á unas casas grandes donde moraban los padres jesuítas, llamaron por su nombre al padre Albotodo, y le deshonraron de perro renegado, que siendo hijo de moros, se había he cho alfaquí de cristianos; y como no pudieron romper la puerta, que era fuerte y estaba bien atrancada de parte de dentro, derribaron una cruz de palo que estaba puesta sobre ella, y la hicieron pedazos. La otra cuadrilla que venia atrás con el Nacoz, en llegando á la placeta tomó á mano derecha, y á la entrada de una calle que llaman la plaza Larga, derribaron las puertas de la botica de un familiar del Santo Oficio, llamado Diego de Madrid, pen sando que estaba dentro, porque solia dormir allí cada noche; y no le hallando, vengaron la ira en los botes y redomas, haciéndolo todo pedazos. De allí pasaron al portillo de San Nicolás, que está junto á la puerta mas antigua de la Alcazaba Cadima, en un cerrillo alto, de donde se descubre la mayor parte del barrio del Albaicin, y tocando los atabalejos y dulzainas que llevaban, con dos banderas tendidas y un cirio de cera ardiendo, comenzó uno dellos á dar grandes voces en su algara bía, diciendo desta manera: «No hay mas que Dios y Mahoma, su mensajero. Todos los moros que quisieren vengar las injurias que los cristianos han hecho á sus personas y ley, vénganse á juntar con estas banderas, porque el rey de Argel y el Jerife, á quien Dios ensalce, nos favorecen, y nos han enviado toda esta gente y la que nos está aguardando allí arriba. Ea, ea, venid, ve nid; que ya es llegada nuestra hora, y toda la tierra de los moros está levantad a.» Este pregon fué oido y enten dido por muchos cristianos que moraban en el Albaicin y en el Alcazaba; mas no hubo morisco ni cristiano que saliese de su casa ni hiciese señal de abrir puerta ni ventana, aunque dos hombres nos dijeron que habian oido que desde una azotea les habian respondido: «Hermanos, idos con Dios; que sois pocos y venis sin tiem po.» Viendo pues Farax Abenfarax que no le acudía na die, y que las campanas de San Salvador tocaban á reba to, porque el canónigo Alonso de Horozco, que vivia á las espaldas de la sacristía, se había metido dentro por una puerta falsa y las hacia repicar, recogiendo todos sus compañeros, se salió de entro las casas, y se fué á poner en un alto de la ladera, por donde se sube á la torre del Aceituno, y desde allí hizo dar otro pregon de la mesma manera; y como no le acudió nadie, comenzó á deshonrar á los del Albaicin, diciéndoles: «Perros, cornudos, cobardes, que habeis engañado las gentes y no quereis cumplir lo prometido.» Y saliéndose por el portillo que habia entrado, se fué la vuelta de Cénes siendo ya el alba del dia, sin que en aquellas dos horas hubiese quien le diese el menor estorbo del mundo; por manera que se deja bien entender que si Farax trajera consigo la gente toda , y los del Albaicin le acudieran, pudiera hacer terrible espectáculo de muertos en la ciudad aquella noche; y tanto mas, si llegaran las cuadrillas de los monfís que venían de la Alpujarra, que por hacer la noche tempestuosa de nieve se habían desba ratado, no pudiendo atravesar la sierra; y lo mesmo ha bían hecho algunos mancebos sueltos que estuvieron apercebidos para ello, y habían avisádole que serian con él la noche de Navidad, entendiendo que lo podrían hacer.
CAPITULO V.
De lo que los cristianos hicieron cuando supieron la entrada de los monfís en el Albaicin.
Los soldados que dijimos que huyeron del cuerpo de guardia, fueron luego á dar aviso á Bartolomé de San ta María, que era uno de los alguaciles señalados por el Presidente, y bajando á la ciudad, iban por las calles dando voces y tocando arma; mas estaban los vecinos tan descuidados, que muchos no creían que fuese arma verdadera, y asomándose á las ventanas, les decían que callasen, que debían de venir borrachos. Otros salieron turbados con las armas en las manos, no sabiendo lo que habian de hacer ni adónde habían de acudir. Llegados pues á las casas de la Audiencia, donde estaba el Presidente, y dándole cuenta de lo que pasaba, aunque confusamente, como hombres que no habían hecho mas que huir, envió uno dellos al marqués de Mondéjar y otro al Corregidor, y mandó al alguacil que volviese al Albaicin y entendiese mas de raíz lo que habia en él. El soldado que fué al marqués de Mondéjar se detuvo un rato en la puerta del Alhambra, que no le quisieron abrir hasta que el conde de Tendilla, que andaba rondando, lo mandó; el cual habia ya oído las voces y los instrumentos desde los muros; y queriéndose informar mejor, le preguntó qué ruido habia sido aquel, y él le contó lo que habia pasado, y le dijo que el Presidente le enviaba á que avisase al Marqués. Entonces le llevó el Conde consigo al aposento de su padre, para que le informase de lo que le habia dicho á él; mas el Marqués no podia creer que fuese tanto co mo el soldado decia, sino que algunos hombres per didos habían hecho aquel alboroto. Y como todavía le afirmase que eran moros vestidos y tocados como mo ros, y el proprio Conde, su hijo, le dijese que había oído las voces y los instrumentos, entonces se paró á consi derar el caso con mas cuidado y á pensar en lo que convenia hacer. Hallábase con solos ciento y cincuenta soldados, y cincuenta caballos que poder sacar y dejar en la fortaleza; parecíalo que seria gran yerro salir della de noche, no sabiendo la cantidad de moros que eran los que habían entrado en el Albaicin, que podrían ser muchos, habiendo tanto número de moriscos en la tierra. Veia que en la ciudad habia muy poca gente útil y bien armada de que poderse valer para acometer los en la angostura de las calles y casas, donde habia mas de diez mil hombres para poder tomar armas; y al fin, resolviéndose de no dejar la fortaleza, tampoco consintió que se tocase rebato, porque habiendo cesado ya el ruido en el Albaicin, parecía estar todo sosegado, y no quiso dar ocasion á que los ciudadanos subiesen á saquear las casas de los moriscos; en lo cual estuvo muy atentado, porque segun la gente estaba cudiciosa, no fuera mucho que lo pusieran por la obra. Por otra parte, el Corregidor, luego que el otro soldado llegó a él con aviso, poniéndose á caballo con algunos caballeros que le acudieron, fué á las casas de la Audiencia, y en la plaza Nueva, que está delante dellas, comenzó á re coger gente de la que venia desmandada, y procuró estorbar que no subiese nadie al Albaicin. Tambien acu dieron don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdo ba, su yerno, alférez mayor de Granada, y otros caba lleros, que estuvieron en aquella plaza armados lo que quedaba de la noche, esperando si el negocio pasaba mas adelante. El alguacil luego que entró por las ca lles del Albaicin entendió que los moros se habían ido, porque no halló persona sospechosa en todas ellas; y juntando la mas gente que pudo, fué la vuelta del por tillo por donde habian entrado, pensando tomar len gua dellos, y hallando allí un costal de bonetes colora dos, que segun parece, traian para dar á los mozos gan dules que se juntasen con ellos, y algunas herramientas que habian dejado, lo recogió todo , y no se atreviendo á pasar mas adelante, se volvió á la ciudad. Siendo pues ya de dia claro, el marqués de Mondéjar dejó en la fortaleza de la Alhambra á don Alonso de Cárdenas, su yerno, que después fué conde de la Puebla; y llevan do consigo al conde de Tendilla y á don Francisco de Mendoza, sus hijos, bajó á la plaza Nueva, donde estaban el Corregidor y don Gabriel de Córdoba, y se recogieron luego los marqueses de Villena y Villanueva, y don Pe dro de Zúñíga, conde de Miranda; que todos habian ve nido á seguir sus pleitos en la Audiencia real, y otros muchos caballeros y escuderos armados, y les dijo que se asosegasen, porque sin duda los que habian en trado en el Albaicin y hecho aquel alboroto debían de ser monfís y hombres perdidos, que habían salídose luego huyendo, y que brevemente se entendería lo que habia sido. Y estándoles diciendo esto, llegó á él un hombre, y le dió aviso como los moros iban con dos banderas tendidas por detrás del cerro del Sol, á dar á la casa de las Gallinas, llamada Darluet, que está como media legua de la ciudad sobre el rio Genil. Con esta nueva se alborotaron todos aquellos caballeros. Hubo algunos que dijeron al marqués de Mondéjar que seria bien enviar sesenta caballos con otros tantos arcabuce ros á las ancas, que procurasen entretener aquellos mo ros mientras llegaba el golpe de la gente; el cual no lo consintió, diciendo que primero quería informarse que gente eran y el camino que llevaban, y la segu ridad que quedaba en el Albaicin. Desto se desgustaron muchos de los que allí estaban, entendiendo que cuanto mas se dilatase la salida, tanto mas lugar y tiempo ternian los moros para meterse en la sierra, donde después no se pudiesen aprovechar dellos, co mo sucedió. Luego mandó el marqués de Mondéjar á un escudero criado suyo, llamado Ampuero, que fuese á reconocer qué gente era la que aquel hombre decía que habia visto, y que llevase consigo otro compañero, y en descubriéndolos, le dejase sobre ellos y tornase con diligencia á darle aviso; y viendo el mal recaudo y poco caudal de gente con que se hallaba para si fuese menester, oprimir con fuerza á los del Albaicin, y que para estorbarles que no se rebelasen convenia usar con ellos de industria, dejando en la plaza al conde de Tendilla en compañía de los otros caballeros, y algunos veinticuatros en las bocas de las calles, acompañado del Corregidor, y con treinta caballos y cuarenta arcabuceros y los alabarderos de su guardia, subió al Al baicin, y atravesando por él sin topar gente, porque los moriscos se habian encerrado y hecho fuertes en las casas, de miedo no los robasen, llegó á la iglesia de San Salvador; y preguntó á algunos cristianos que estaban allí recogidos qué era la causa que no pare cían moros, los cuales le dijeron que estaban todos encerrados en sus casas. Entonces mandó á Jorge de Baeza que llamase algunos de los mas principales, porque les queria hablar; y trayendo ante él veinte y cinco ó treinta hombres, les preguntó qué novedad había sido aquella, y qué gente era la que había en trado en el Albaicin á desasosegarlos; los cuales res pondieron con mucha humildad que no sabían nada; que ellos habían estado metidos en sus casas, y eran buenos cristianos y leales vasallos de su majestad, y como tales no habían de hacer cosa que fuese en su deservicio; y que si alguna gente habia entrado á po ner la ciudad en alboroto, serian enemigos suyos y per sonas que querían hacerles mal. A esto les respondió el marqués de Mondéjar que por cierto así lo habían mos trado como decían, y que procurasen conservarse en lealtad; porque siendo los que debian, él procuraría que no se les hiciese agravio, y escribiria á su majestad en su recomendacion, suplicándole que les hiciese to da merced y favor. Con esto quedaron los moriscos, al parecer, de temerosos que estaban, muy contentos, y prometieron de estar y perseverar en la fidelidad y obe diencia que debían como buenos y leales vasallos. He cha esta diligencia, bajó el marqués de Mondéjar por la cuesta de la Alcazaba, y entrando en la ciudad por la puerta Elvira, volvió á la plaza Nueva, donde estaban todavía aquellos caballeros aguardándole; y apartán dose con el Corregidor y con el conde de Tendilla, es tuvieron buen rato dando y tomando sobre lo que con venia hacer, y al fin se resolvieron en que, venido Ampuero, y sabido el camino que llevaban los moros, se podría ir en su seguimiento, porque habiendo de rodear por el valle de Lecrin, no se podrían meter tan presto en las sierras, que la caballería no los alcanzase prime ro ; y con este acuerdo dijo á los señores y caballeros que allí estaban que se fuesen á sus casas y estuvie sen á punto para cuando sintiesen tirar una pieza de artillería ; y él se volvió con sus hijos á la Alhambra.
CAPITULO VI.
Cómo el marqués de Mondéjar salió en busca de los monfís que habían entrado en el Albaicin.
El mesmo dia el Corregidor y los veinticuatros, vien do que tardaba mucho la órden del marqués de Mon déjar, acordaron de salir ellos por ciudad en segui miento de los monfís, y habiéndolo tratado en su ca bildo, le enviaron á decir con dos veinticuatros, que le suplicaban fuese servido de salir luego por su persona, porque le acompañarían todos, ó que les diese licencia para que ellos lo pudiesen hacer; el cual les respondió que les agradecía mucho el cuidado que tenian de las cosas que tocaban al servicio de su majestad, y que solamente esperaba tener aviso cierto del camino que llevaban los monfís para ir en su seguimiento, y que no podía tardar mucho. Era grande el deseo que todos tenian de ir en seguimiento de los moros, y cada momento que tardaban se les hacia un año; mas el marqués de Mondéjar no se quería determinar de dejar atrás la fortaleza y la ciudad, hasta estar bien cierto qué gente era aquella, que pudiera ser mucha y estar emboscada detrás de aquellos cerros; y por esta razon aguardaba los escuderos que habia enviado á recono cer. Estando pues hablando con él unos moriscos del Albaicin, que habían ido á darle las gracias en nombre del reino por la merced que los habia hecho en animarlos con su presencia, y á suplicarle que en lo de ade lante no los desamparase, llegó Ampuero, y le dijo como no eran mas de hasta doscientos hombres los que iban con las banderas, y que llevaban el camino de Dílar por la halda de la sierra. Entonces mandó tocar una trompeta y disparar una pieza de artillería y tocar la campana del rebato, todo á un tiempo; y poniéndose á caballo, acompañado de sus hijos y de don Alonso de Cárdenas y de algunos escuderos, salió de la Alhambra á media rienda, y desde el camino envió á decir al Presidente que mandase que la gente de la ciudad le fuese siguiendo, porque no pensaba detenerse en ninguna parte. En este tiempo los moros proseguían su camino, y sin detenerse en los lugares de Dúdar y Quéntar, ha bían pasado por ellos, y de allí bajado á Cénes, donde estuvieron almorzando; y viendo que un cristiano los había descubierto, aunque algunos dellos nos dijeron que habían oído las piezas de artillería de la Alham bra, tomaron el camino su poco á poco por la halda de la Sierra Nevada, la vuelta de Dílar, yéndoles á las es paldas bien á lo largo el escudero que habia salido con Ampuero. Luego que partió el marqués de Mondéjar, el Presidente se puso á la ventana de su aposento, y viendo al conde de Miranda, y á don Gabriel de Córdo ba, y á don Luís de Córdoba, y á otros caballeros en la plaza Nueva, que habían salido armados en oyendo la señal del rebato, les envió á decir que fuesen á alcanzar al marqués de Mondéjar con toda la gente de á pié y de á caballo que tenian, y ordenó al Corregidor que an duviese por la ciudad y pusiese algunos caballeros y veinticuatros en las bocas de las calles, que no dejasen subir a nadie sin órden al Albaicin, y que enviase algu na gente arriba para asegurarse de los moriscos, en comendándola á personas de confianza, porque no hu biese alguna desórden. Hecho esto, todos los que acu dían á la plaza los enviaba en seguimiento de los mo ros. El marqués de Mondéjar tomó por cima de Güétor hacia Dílar, y llegando al campo que dicen de Gueni, á la asomada dél descubrieron los caballos delanteros á los moros que iban de corrida á tomar la sierra. Don Alonso de Cárdenas puso las piernas al caballo, y con él algunos jinetes, creyendo poderlos alcanzar antes que se embreñasen en ella; mas estorbóselo una cuesta muy agria que se les puso delante en el barranco del rio de Dílar, donde se detuvieron tanto en bajar y tor nar á subir, que los moros tuvieron lugar de tomar un cerro alto y muy áspero sobre mano izquierda: allí se hicieron una muela, y poniendo las banderas en medio, comenzaron á dar voces y á tirar con las escopetas. Llegaron cerca dellos algunos escuderos, que los acometieron con escaramuza, pensando entretenerlos hasta que llegase la infantería; uno de los cuales se desmandó tanto, que le mataron el caballo de un escopetazo, y le mataran tambien á él si no fuera socorrido. De allí fueron tomando lo mas áspero de la sierra, donde los caballos no podían subir, yéndoles siempre tirando con las escopetas desde lejos. Viendo pues el conde de Miranda y los otros caballeros cuán mal los podían seguir á caballo, acordaron de apearse; y están dose apercibiendo para ir tras dellos á pié, llegó el marqués de Mondéjar y los detuvo, porque ya estaba puesto el sol; y demás de que los enemigos llevaban gran ventaja de camino, hacia un tiempo muy trabajoso de frio y de agua nieve; y haciendo tocar á recoger, mandó á don Diego de Quesada, vecino del lugar de la Peza, que siguiese aquellos monfís con la infantería y algunos caballos, y dió vuelta hacia la ciudad, y encon trando en el camino al capitan Lorenzo de Avila, á cuyo cargo estaba la gente de guerra de las siete villas de la jurisdicion de Granada, que iba con un golpe de gente, le ordenó que se fuese á juntar con él para el mesmo efeto. Los dos capitanes, y con ellos algunos caballeros, los fueron siguiendo, hasta que con la oscu ridad los perdieron de vista ; y como habia en la sierra tanta nieve y hacia tan recio frio, porque la gente no pereciese se recogieron aquella noche á la iglesia del lugar de Dílar, y allí les llevaron de cenar los moriscos; y en riendo el alba, creyendo que los moros habían detenídose también en alguna parle, los fueron siguiendo por las pisadas que dejaban señaladas en la nieve; mas ellos habían caminado toda la noche sin parar, por ve redas que sabían, y bajando al valle de Lecrin, iban alzando los lugares por do pasaban, dándoles á enten der que dejaban levantado el Albaicin, y que Granada y la Alhambra estaba ya por los moros. Por manera que cuando nuestra gente bajó al valle, ya ellos iban muy adelante; y dejándolos de seguir, por parecerles que iba poca gente y mal apercebida para entrar la tierra adentro, pararon en el lugar de Dúrcal, y allí es tuvieron el tercero dia de Pascua, esperando si llegaba mas gente. Dejémoslos agora aquí, y digamos de don Hernando de Válor quién era, y como le alzaron los re beldes por rey; que á tiempo serémos para volver á ellos.

CAPITULO VII.
Que trata de don Hernando de Córdoba y de Válor, y cómo los rebeldes le alzaron por rey.
Don Hernando de Córdoba y de Válor era morisco, hombre estimado entre los de aquella nacion porque traía su origen del halifa Maruan; y sus antecesores, segun decian, siendo vecinos de la ciudad de Damasco Xam , habían sido en la muerte del halifa Hucein, hijo de Alí, primo de Mahoma, y venídose huyendo á Africa, y después á España, y con valor proprio habian ocupado el reino de Córdoba y poseídolo mucho tiempo con nombre de Abdarrahamanes, por llamarse el primero Abdarrahaman; mas su proprio apellido era Aben Humeya. Este era mozo liviano, aparejado para cualquier venganza, y sobre todo, pródigo. Su padre se de cía don Antonio de Válor y de Córdoba, y andaba desterrado en las galeras por un crimen de que habia sido acusado; y aunque eran ricos, gastaban mucho, y vi vían muy necesitados y con desasosiego; y especial mente el don Hernando andaba siempre alcanzado, y estaba estos dias preso, la casa por cárcel, por haber metido una daga en el cabildo de la ciudad de Grana da, donde tenia una veinticuatría. Viéndose pues en este tiempo con necesidad, acordó de venderla y irse á Italia ó á Flándes, segun él decia, como hombre des esperado; y al fin la vendió á otro morisco, vecino de Granada, llamado Miguel de Palacios, hijo de Jerónimo de Palacios, que era su fiador en el negocio sobre que estaba preso, por precio de mil y seiscientos ducados; el cual, la mesma noche que habia de pagarle el dinero, temiendo que si quebrantaba la carcelería, la justicia echaría mano dél y del oficio por la general hipoteca, y se lo haria pagar otra vez, avisó al licenciado Santaren, alcalde mayor de aquella ciudad, para que lo man dase embargar, y en acabando de contar el dinero, llegó un alguacil y se lo embargó. Hallándose pues don Hernando sin veinticuatría y sin dineros, determinó de quebrantar la carcelería y dar consigo en la Alpujarra; y con sola una mujer morisca que traía por amiga, y un esclavo negro, salió de Granada otro dia luego siguiente, juéves 23 de diciembre, y durmiendo aquella noche en la almacería de una huerta , caminó el viérnes hacia el valle de Lecrin, y en la entrada dél encontró con el beneficiado de Béznar, que iba huyendo la vuelta de Granada; el cual le dijo que no pasase adelante, porque la tierra andaba alborotada y habia muchos monfís en ella; mas no por eso dejó de proseguir su viaje, y llegó á Béznar y posó en casa de un pariente suyo , llamado el Válori, de los principales de aquel lugar, á quien dió cuenta de su negocio. Aquella noche se juntaron todos los Váloris, que era una parentela grande, y acor daron que pues la tierra se alzaba y no habia cabeza, seria bien hacer rey á quien obedecer. Y diciéndolo á otros moros de los rebelados, que habían acudido allí de tierra de Órgiba, todos dijeron que era muy bien acordado, y que ninguno lo podía ser mejor ni con mas razon que el mesmo don Hernando de Válor, por ser de linaje de reyes y tenerse por no menos ofendido que todos, Y pidiéndole que lo aceptase, se lo agradeció mucho; y así, le eligieron y alzaron por rey, yendo, se gun después decia, bien descuidado de serlo, aunque no ignorante de la revolucion que habia en aquella tierra. Algunos quisieron decir que los del Albaicin le habían nombrado antes que saliese de Granada, y aun nos persuadieron á creerlo al principio; mas procu rando después saberlo mas de raíz, nos certificaron que no él, sino Farax; habia sido el nombrado, y que los que trataban el levantamiento no solo quisieron encu brir su secreto á los caballeros moriscos y personas de calidad que tenían por servidores de su majestad, mas á este particularmente no se osaran descubrir, por ser veinticuatro de Granada y criado del marqués de Mondéjar, y tenerle por mozo liviano y dé poco fundamento. Estando pues el lúnes por la mañana, á hora de misa, don Hernando de Válor delante la puerta de la iglesia del lugar con los vecinos dél, asomó por un viso que cae sobre las casas á la parte de la sierra, Farax Aben Farax con sus dos banderas, acompañado de los monfís que habían entrado con él en el Albaicin, tañendo sus instrumentos y haciendo grandes algazaras de placer, como si hubieran ganado alguna gran vitoria. El cual, como supo que estaba allí don Hernando de Válor y que le alzaban por rey, se alteró grandemente, diciendo que cómo podia ser que habiendo sido él nombrado por los del Albaicin, que era la cabeza, eligiesen los de Béznar á otro; y sobre esto hubieran de llegar á las armas. Farax daba voces que habia sido autor de la libertad, y que habia de ser rey y goberna dor de los moros, y que tambien era él noble del linaje de los Abencerrajes. Los Váloris decían que donde es taba don Hernando de Valor no había de ser otro rey sino él. Al fin entraron algunos de por medio, y los concertaron desta manera: que don Hernando de Vá lor fuese el rey, y Farax su alguacil mayor, que es el oficio mas preeminente entre los moros cerca de la per sona real. Con esto cesó la diferencia, y de nuevo alza ron por rey los que allí estaban á don Hernando de Va lor, y le llamaron Muley Mahamete Aben Humeya, es tando en el campo debajo de un olivo. El cual, por qui tarse de delante á Farax Aben Farax, el mesmo dia le mandó que fuese luego con su gente y la que mas pu diese juntar á la Alpujarra, y recogiese toda la plata, oro y joyas que los moros habían tomado y tomasen, así de iglesias como de particulares, para comprar armas de Berbería, Este traidor, publicando que Granada y toda la tierra estaba por los moros, yendo levantando lugares, no solamente hizo lo que se le mandó, mas llevando consigo trecientos monfís salteadores, de los mas perversos del Albaicin y de los lugares comarcanos, á Granada, hizo matar todos los clérigos y legos ,que halló cautivos, que no dejó hombre á vida que tuviese nombre de cristiano y fuese de diez años arriba, usan do muchos géneros de crueldades en sus muertes, como lo diremos en los capítulos del levantamiento de los lugares de la Alpujarra.
Bien se deja entender que este don Hernando supo lo que se trataba del levantamiento, ansí por la priesa que se dió en vender su veinticuatría, como porque, segun nos dijo el licenciado Andrés de Álava, inquisi dor de Granada, con quien profesaba mucha amistad, que estando de camino para visitar la Alpujarra por ór den particular de su majestad, que le mandaba que visitando la tierra, en el secreto del Santo Oficio procu rase entender si los moriscos trataban alguna novedad, habia ido á él pocos dias antes que se alzase el reino, y aconsejádole por via de amistad que no se pusiese en camino hasta que pasase la pascua de Navidad, porque para entonces estaría ya la gente mas quieta, y le acompañaría él por su persona; y había hecho tanta instan cia sobre esto, que se podia presumir que ya él lo sa bia, y por ventura quiso excusar la ida del inquisidor, pareciéndole que si le tomaba el levantamiento dentro de la Alpujarra, se pornia de nuestra parte mucha diligencia en socorrerle, aunque tambien pudo ser que quiso apartarle del peligro en que veia que se iba á meter , por la amistad que con él tenia. Sea como fuere, esta es la relacion mas cierta que pudimos saber deste negocio.

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