martes, 28 de febrero de 2012

"Elprimerlunes" en Granada, en Viernes y Sábado

Algunos amigos de “elprimerlunes”  visitamos Granada hace dos fines de semanas. Compartimos unos ratos estupendos. Poco antes del medio día del jueves 9, partimos de Sevilla, Alfonso Macua y yo.  A eso de las dos y media de la tarde, estábamos en Riofrío, hora y lugar apropiado para el almuerzo. Trucha a la genovesa, creo recordar para Alfonso y trucha ahumada para mí, previa ensalada del tiempo y media ración de morcilla. En cualquier restaurante, mesón o tasca de la provincia de Granada, cuando te sientas a la mesa, siempre ves a un camarero que lleva un plato de morcilla a alguien y es difícil sustraerse a la llamada de atención de un embutido con tanta personalidad, será por aquello del color negro, digo yo.



Llegamos a Granada, previa parada y carga de tableros, cosas mías, en Huetor Tajar. Miguelito y Pedro llegaron a Granada a las ocho de la tarde, mejor dicho llegaron a Cenes, donde se ubica “Villa Barranco”, como bautizó Isi a esta casa que afablemente nos acoge muchos  fines de semana, haciendo que el paso del tiempo nos inunde sosegadamente, arrastrando tensiones acumuladas y ansias sobrevenidas, las que generan los problemas y “los problemillas” de la semana, otro día intentaré explicar la diferencia entre “los problemas” y “los problemillas”. Pedro y Miguel, Macua y yo, ya estábamos en Granada, en Cenes, perdón, a las ocho de la tarde del viernes día 10.  Hay que ponerse de acuerdo con el plan a seguir, lo que puede ser complicado, tratándose de gente tan complicada. Tan complicado que a las ocho y media ya estábamos en Granada, de cervezas y tapas, costumbre “poco habitual” en Granada, por otro lado.

A Pedro le puede la nostalgia y nos dirigió al Reca de la Plaza de la Trinidad. “El Reca” no es lo que era, se lamenta Pedro, aunque lo que más había cambiado del Bar de hace 30 años, no era la fiel muchachada que lo llenaba, parecida a la muchachada de la que nosotros formábamos parte hace 30 años. Lo que había cambiado era que nosotros ya no éramos los de hace 30 años y tampoco éramos  los de ahora, embargados por la intemporalidad que imprime melancolía. Al menos  la cerveza y las tapas las sirven  para todo el que las paga, al margen de la edad. La cosa dio origen a un debate cargado de nostalgia, precisamente sobre la melancolía y la nostalgia que derivó en disquisiciones semánticas sobre el significado de ambas palabras, de ambos sentimientos. En fin, añoranzas. Cosas de Pedro y de Miguel.

Seguimos con nuestro itinerario en medio del frío y la nostalgia, hasta la Calle Navas, previa parada intermedia, al pie de la torre de la catedral hubo, mejor dicho en un bar nuevo que han abierto al pie de la torre de la catedral. Terminamos de vinos, habíamos empezado de cervezas, en un bar de la calle Navas, cuyo nombre no recuerdo. Si recuerdo que había una camarera, que ya con las puertas cerradas, se arrancó a cantar por fandangos. En fin, es de agradecer el ánimo de la camarera después de una larga jornada de trabajo, y con el auditorio escaso y cargado de copas, para arrancarse por fandangos. Los fandangos, ni bien ni mal, que quizás sea lo peor que se puede decir un fandango.

Alas 11 de la mañana del sábado, los peñistas de elprimeerlunes, Enrique ya incorporado al grupo, al que también se incorporaron, Juan Martínez Trujillo, hermano de Miguel y Antonio Trujillo, arquitecto local apegado al Campus, comenzamos la visita al Hospital del Campus, que en principio constituía el acto central de la excursión o “la excusa cultural” perfecta para la cosa de la cerveza, los vinos, las comidas y demás desvaríos, aliñados siempre, en la salsa de la nostalgia y la melancolía que Pedro y Miguel ponen en ello. Creo que Pedro es el la nostalgia y Miguel el de la melancolía, o quizás sea al revés. En fin, que más da, añoranzas de Pedro y Miguel.

Del hospital del Campus, no me gusta hablar mucho, incluso a mí produce, tan poco proclive a la cosa, me produce melancolía, pero  no es fácil, evitarla en este caso, y es que comenzamos las obras hace ya 10 años, cuando yo tenía el pelo en su color natural. Difícil de explicar y más de entender esta situación. Como comenté en una ponencia reciente, a propósito de algunas, bastantes, “arquitecturas entre comillas” que se han construido en el decenio  de la infausta prosperidad española, hay edificios, tan faltos de vida, de sentido, de coherencia entre su contenido y su continente, que más que edificios parecen maquetas a escala uno a uno (Esc. 1/1). No es este el caso, del Hospital Campus, que creo que es una inversión “casi” coherente, incluso necesaria, pero el paso del tiempo, si no se abre el hospital, puede convertirlo en maqueta.


Pero, el objeto arquitectónico tiene su interés, no cabe duda. Yo me sigo sorprendiendo agradablemente de algunos espacios, de nuevas perspectivas. Además la visita tenía una excusa de mayor profundidad,  con su carga romántica, de agradecimiento, de cierta complacencia. En los vestíbulos de planta hemos diseñado un póster de grandes dimensiones, se trata de introducir un elemento diferente, un gesto amable, el motivo, a mi solo me corresponde la idea, a Luis corchado y a Antonio Trujillo el diseño y a Pedro, el resto. El resto es lo más interesante en este caso. Pedro ha encontrado seis libros de viaje, seis autores que han visitado Granada y la han descrito a su manera en seis siglos diferentes, seis vestíbulos en cada una de las seis plantas de hospitalización. La idea interesante, sobre todo para lo poco que cuestan las ideas, el resultado, magnífico. Así de ufanos  posamos el grupo en la planta cuarta del hospital.


El personal quedó a eso de las dos y medio de la tarde, satisfecho, con la sensación que produce el deber cumplido, el examen realizado, la tarea conclusa, el motivo cultural justificado. Cansado de tanto circuito hospitalario, de tanta explicación tecnológica y con el estomago diciendo aquello de “que hay de lo mío?.


Enrique había tenido la idea y la previsión de haber reservado mesa, Enrique es un hombre precavido, Pedro suele decir que es un tipo muy sensato y yo entiendo perfectamente lo que me quiere decir cuando me lo suelta.  Enrique, hombre sensato donde lo haya, había  reservado mesa en el nada convencional  restaurante “El Olivo”. Restaurante poco convencional no ya por su cocina, que es bastante buena, como por su ubicación, en un poblado por el que no se pasa, al que  hay que ir, que se llama Castillo de Tajarja. Se come bien, eso sí, pero  comes lo que quiere el chef, que te sorprende con cinco platos acumulados uno encima del otro y se sienta a la mesa con los comensales, resuelto, dueño de la situación, con el factor campo a favor, para decirte lo que vas a comer, con educación, con orden, con el convencimiento que da la superioridad manifiesta. La superioridad que se le presupone al antiguo chef de restaurantes de lujo franceses, que revierte la forzada emigración de antaño a París, en un retorno de lujo a un pueblo perdido del temple granadino. La comida, bien. El sitio entre acogedor e inquietante. Entre el minimalismo y el rococó. Difícil de explicar.

Declinando el día de invierno, hay que ver lo pronto que anochece en invierno, el grupo de cuatro, volvimos a “Villa Barranco”, pasando antes por el ”Albanta”, para recoger a Isi, que había llegado de Baza esa tarde aprovechando el viaje de María José, amiga y compañera de trabajo en el Ayuntamiento de Baza. María José trabaja en Baza, pero vive en Granada. Siempre me ha parecido algo disparatada esta cada vez más frecuente circunstancia, propia de trabajadores jóvenes, cuyo destino es resultado de oposiciones, escalafones, vacantes y concursos de traslado, típica de funcionarios, médicos, profesores de instituto y empleados de la banca.  Antes la cosa era distinta, había más gente que podía trabajar en el pueblo en el que nació y creció. Había otra gente que tenía que emigrar a Badalona, o a Vitoria más que para progresar, para evitar continuas preguntas sin respuesta. Había gente, los menos, en mi pueblo, maestros y guardias civiles, que lograron plaza, en “los cuerpos” correspondientes, pero “el destino”, siempre era lejos. En la Rioja, Algeciras, Úbeda o Almusafes. La mayoría allí se quedaron, allí nacieron sus hijos, algunos volvieron al pueblo a jubilarse, otros se quedaron en la tierra ya de sus hijos. Todos solían venir dos veces al año, por Navidad y en Agosto coincidiendo con las fiestas del pueblo. Algunos con “destino en el  ámbito provincial” venían más  a menudo coincidiendo con eventos familiares, la cosecha de la almendra ó la matanza del marrano.

La moraleja de esta reflexión es que hubo un tiempo, en el que las autovías no existían, los coches eran de otros y lentos y los destinos eran de verdad, eran “destinos” como sacramentos, imprimían carácter. Y si resulta que por poder elegir no vivir en el destino,  perdemos la tremenda oportunidad que “el destino” nos tenía reservado? No es seguro que todas las opciones que brinda el progreso, sean mejores.

María José y sus viajes de ida y vuelta diarios entre Granada y Baza ha servido de argumento para a esta circunlocución  fiel a mi costumbre de adentrarme por vericuetos que traza caprichosamente mi mente. Obviamente María José, sabe lo que hace. Álvaro lo merece. Los dos se merecen la felicidad que transmiten. Pero María José y Álvaro seguro que serían  felices en cualquier “destino”. Digo esto porque la pareja se incorporó al grupo, tuvimos ocasión de conocerlos  y lo puedo decir.

Tertulias, música, previo “afine de equipos musicales”, obra de Álvaro, tapitas, Isi se defiende en ese ámbito con misma soltura con que enciende un pitillo, o sea bastante. Resuelve rápido y bien, con gusto, con sabiduría. Tengo que reconocer que cuando prepara unas tapas, aunque sean las de siempre, parecen  distintas. La noche trascurrió agradable, Miguel empezaba a estar ocurrente y yo empecé a no estar.  Buenas noches señores, creo que fueron mis últimas palabras ese día.

La mañana del sábado, salimos a la terraza de la casa, plataforma al Este, frente por frente a Sierra Nevada, sobre  la vertiente, comprobamos que  no llovía, que no parecía que fuera a llover, uno siempre tiene la esperanza cada vez más precaria de que se equivoquen “los hombres del tiempo”, y es que el personal empieza a estar sensibilizado con la sequía, mira que ya hemos conocido sequías, pero no nos acostumbramos a ellas, siempre vuelve a llover, pero si no lloviera más?. Este país, en equilibrio inestable en esto de la climatología, como en otras tantas cosas.

No llovía, lamentablemente, hacía el frío adecuado, pero podía adivinarse un medio día agradable al sol, una paella al sol, es siempre más interesante que una paella a la sombra, al menos a mi me lo parece. Así fue, paella al sol, todos los de la noche anterior, anoche interesantes tertulianos y ahora vulgares comensales de paella a la riojana. La paella de Macua, con pimientos del piquillo y chorizo, elemental paella aldeana, de materiales tan autóctonos, tan comunes y resultados tan espectaculares. Toda la España del interior en cada mascada. Lo de la paella da para todo un relato. Tuve el honor de hacer de subalterno del maestro Macua puedo afirmarlo. Eso será otro día.

Postre, café, cabezada y vuelta a Sevilla para Pedro, Miguel y Macua. Miguel se puso al volante, toda una garantía. Seguro que en viaje, relataron el viaje de manera parecida a como yo esforzadamente lo he intentado. En fin, mereció la pena. De eso se trataba.





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